Hoy os traemos el avance de nuestro siguiente relato mientras andamos aún liados con la revisión de la versión física de la segunda antología.
¿Os imagináis entrar en un hotel y que, inmediatamente, quien atiende en recepción despierte tus instintos más básicos? ¿Imagináis que os recomienda una discoteca tras un par de sonrisas cómplices? ¿Imagináis que os encontráis en mitad de la fiesta a esa persona?
Aquí tenéis el adelanto ;)
Servicio de habitación completo.
Verano, calor, vacaciones con
amigos. ¿Qué más se puede pedir? Pues lo que tengo frente a mis ojos.
La recepcionista del hotel es
de nuestra edad y si nos dicen que nos matemos los amigos hasta quedar solo uno
por ella lo hacemos.
Está sentada, mirándonos
fijamente. Tiene un rostro angelical, piel blanca y maquillada para resaltar
sus pómulos, sonrojados, y sus profundos ojos. Cabello largo, que le cae por
encima del hombro, de color rojo cobrizo haciendo que destaque aún más su
blanca piel. Sus finos labios dan ganas de besarla y su sonrisa es cautivadora,
mostrando una dentadura perfecta y las marcas en las mejillas de quien tanto
sonríe, haciéndola adorable a la vez que deseada.
—¡Pero quieres
dar ya las reservas! — me grita uno de mis compañeros, golpeándome el hombro.
—Tranquilo, no
pasa nada — dice con una viva voz, sonriéndome esta vez a mí. No quiero saber
cuántas veces habrá dicho algo y yo no lo habré escuchado por estar embobado
mirándola.
—Aquí tiene,
disculpa. No me había enterado — le dijo sin disimular mi atracción por ella,
mirándola fijamente. El uniforme del hotel le realza los pechos, con un pequeño
y sensual escote. Teclea algo en el ordenador y se levanta. Va a los cajones de
atrás y abre uno de los de arriba, juntando las piernas y marcando un hermoso
trasero enfundado en una minifalda de tubo, de donde salen unas preciosas y
finas piernas guardadas en unas sensuales medias. Mi mente se nubla y empieza a
pensar perversidades de todo tipo. Cuando se gira me muerdo el labio inferior y
veo que me mira con la boca abierta, con sorpresa. Luego deja escapar una
risilla mientras agacha la cabeza, mirándome de reojo, hasta que vuelve a
sentarse.
—Servicio
completo y cuatro habitaciones individuales, estás son vuestras llaves y las
pulseras.
—Sí, por si
alguno pescamos — dije un compañero. La chica se ríe.
—Pero que yo no
os vea ni me entere
—Estaría bien
que lo vieras — murmuro y me mira, mordiéndose la punta de la lengua y
mostrando una tímida sonrisa.
—Que tengáis
suerte — añade mientras me guiña un ojo.
Cogemos las
llaves y vamos a nuestras habitaciones. Quedamos en la mía y nos pasamos más de
treinta minutos comentando lo buena que está la recepcionista y lo que le
haríamos cada uno.
Tras irse cada
uno a su habitación y acicalarse bajamos a cenar al bufet libre del hotel. Nos
ponemos las botas y quedamos en una hora en recepción para salir de fiesta.
Mientras salimos del bufet vemos a la recepcionista que está saliendo del
hotel.
—¡Disculpa! —
grito, asombrando a mis colegas. Ella se para, me mira y sonríe. —¿Sabes de
algún lugar bueno para salir de fiesta?
—Claro, me
conozco todos los buenos — me dice guiñándome un ojo.
—Pues el que
más te guste — contesto, mostrando media sonrisa.
Tras esa
conversación efímera, y que me ha encendido cual cerilla en un bosque seco,
volvemos a las habitaciones con un plan, un lugar y ganas de ligar.
Llega el
momento acordado. Estamos duchados, vestidos y arreglados. Nos damos la mano y
nos miramos fijamente, sabemos que tenemos que hacer. Si uno tiene posibilidad
de ligar con alguna que tiene amigas los demás intentamos entretener a las
amigas hasta que la química haga efecto. Por descontado si tiene posibilidades de
ligar con alguien y solo tiene una compañera o menos los demás nos desviamos.
Conclusión: si uno de nosotros puede triunfar el resto hará lo posible para que
triunfe aunque eso implicase volver andando desde el pueblo de al lado.
—¿Creéis que estará
la recepcionista? — pregunto, mordiéndome el labio mientras me la imagino
vestida de gala.
—Pues puede
ser, nos dijo el lugar que más le gustaba — contesta uno de mis amigos.
—Más bien se lo
dijo a él, parece que la tienes en el bote — añade otro, pero creo que se
equivoca.
—Más bien me
tiene ella en el bote a mí — digo, ante lo que los cuatro reímos.
Llegamos a la
discoteca y esperamos en la cola mientras tenemos conversaciones banales y
miradas y gestos cada vez que vemos un tipazo pasar cerca de nosotros.
Tras veinte
minutos logramos entrar y nada más poner tres pasos dentro de la discoteca,
cerca de los baños, nos topamos con la recepcionista, aún más deslumbrante,
junto a unas amigas suyas. Nuestras miradas se cruzan, ella se para y sus amigas
lo hacen tras unos pasos, al verla a ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario