Aquí tenéis el nuevo relato, espero que os humedezca mucho ;)
Masaje completo.
Creedme cuando digo que ser
masajista siendo hombre no es fácil, así como ir al masajista cuando eres
hombre y te atiende una mujer tampoco lo es.
Confían en ti, te dejan sus
cuerpos, algunos hasta desnudos en su totalidad, y tú tienes que tocar todo
sabiendo que, en teoría, no puedes llegar a más.
A veces parece que quieren
algo más, pero nunca se está del todo seguro y un movimiento en falso puede
hundirte el negocio, así que lo más sensato es tocarte al salir, irte de putas
o quedar con la clienta para tomar algo y ver qué pasa.
Hoy me queda una clienta más
antes de cerrar el día. Una joven rubia exuberante. Me preguntó por si hacía
masajes completos y se puso feliz al saber que sí. Solo de pensar en tocar prácticamente
todo el cuerpo de esa mujer ya hace que me empalme como si tuviera una herramienta
más de masajes en la entrepierna.
Son las ocho, la hora acordad.
Abren la puerta, es ella.
Rubia con cabello largo,
suelto. Con una camiseta sport rosa. No lleva sujetador, sus enormes pechos
aguantan la camiseta en vez de sus hombros y sus pezones parecen querer
rasgarla. De pantalones unos shorts donde seguramente se le vean las nalgas y
de calzado unas bambas del color de la camiseta. Ojos azules y piel blanca,
lisa. Sonrisa agradable, dientes perfectos y una lengua movida, que no para de
moverla dentro de la boca. La joven deja demasiado a la imaginación, va a ser
duro y va a estar aún más duro.
—Hola — Agita la mano eufóricamente.
—Aquí estoy — Junta los pies y se pone las dos manos a la espalda, a la altura
del culo, mientras me sonríe.
—Muy buenas, veo que vienes
contenta. Eso siempre es bueno.
—¿Sí?
—Sí. La positividad es bueno
para todo, hasta para las enfermedades.
—Pues de eso lo soy mucho.
—Me alegro. Puedes ir pasando
por esta puerta. Quítate la camiseta y los pantalones y ponte cómoda en la
camilla.
—Vale, voy.
Entra en la habitación, cierra
la puerta. Yo pongo el cartel de trabajando en la puerta del local y voy hacia
la habitación.
Entro.
Esta tumbada, usando los
brazos como cogen pero aun así le cuesta que este a la altura adecuada por
sus pechos. No tiene las bragas puestas,
me sorprendo. Su culo parece esponjoso, respingón. Se ha recogido el pelo con
una goma, haciéndose un moño.
—¿No quieres llevar nada de
ropa interior?
—Es que no llevaba puesta.
Sabia que venía y tengo la casa cerca, así que pensé que sería una molestia.
Vuelve a sonreírme. Su actitud
es sorprendentemente morbosa.
—¿Estas cómoda?
—Sí.
—Espero que no te ofenda. Lo
digo por tus pechos. ¿Al ser tan grandes no te molesta estar tumbada así?
—No, tranquilo. Estoy acostumbrada.
Además en un rato cambiare la postura, ¿No?
—Por supuesto.
Le rocío con agua de miel, muy
diluida. Se estremece por lo fría que esta. Paso las manos para untárselo por
todo el cuerpo. Primero los hombros, luego la espalda. Llego a la cintura,
donde me explayo un poco más y bajo a las nalgas. Las aprieto, meto los dedos
entre ambas y las abro y cierro un poco, para untarlo bien. Luego voy a las
piernas y, en los muslos, junto bien por los lados, rozando la entrepierna,
para luego bajar hasta los pies y hacerlos un por uno. Tiene cosquillas. Su
risa es aguda, algo estridente, aunque intenta aguantársela.
Vuelvo a los hombros y se los
agarró. Aprieto como si quisiera hundirlos.
—¿Te duele?
—No.
Aligero peso y empiezo a mover
mis dedos y manos. Plegando la piel y estirándola, haciendo presión en varias
partes del hombro.
—Los tienes muy cargados.
—Será por la mochila, nos
ponen mucho peso.
—Pobre espalda.
—Ni que lo digas.
Bajo al homo plato. Doy
golpecitos periódicos, de los que hacen vibrar la voz, y luego empiezo de nuevo
a plegar y estirar. Encuentro contracturas y se las quito. Con algunas se ríe.
Ahora voy a los extremos de la espalda y cuando paso las manos por ahí los
dedos se me filtran por el costado, llegando a rozar sus tersos senos. Hace
algún ruido, pero no sé si es una queja o simplemente el gruñido que todos
hacen por los masajes.
—Si te duele o molesta algo
dímelo. Cada cuerpo es distinto.
No responde.
Bajo a la cintura, se la
agarro con suavidad. Pliego y estiro, con la mano bien abierta para agarrarle
su fina cintura. Poco a poco voy bajando, poco a poco empiezo a tocar sus
nalgas hasta que finalmente llevo las manos a ellas.
Manoseo bien las lnalgas. Las
choco, las abro. De arriba abajo, derecha a izquierda, hasta que empiezo a
bajar las manos por las piernas y rodeo éstas, roznado su coño. Su depilado
coño.
—¿Y si me gusta?
—¿Perdona? ¿Qué dices?
—Antes me has dicho que si no
me gusta lo dijera. ¿Si me gusta también lo digo?
—¿Te está gustando?
Asiente con la cabeza mientras
mueve su cintura para acomodarse. Mis dedos, perdidos al inicio de sus piernas,
se filtran hasta rozar su coño, sorprendentemente húmedo.
Me aprieta. El pantalón está
por explotar.
Acabo las piernas un poco más
rápido de lo habitual y voy a por las piedras calientes que colocare en su
espalda. El cuenco está en la pared que tiene frente a la cara.
—Quemará un poco al principio,
pero tienes que tenerlas puestas un rato.
—De acuerdo.
Me giro para ponerle la
primera y está mirándome fijamente, sonriendo, aunque mira al frente en vez de
mi cara.
Le pongo la primera. “mmm”
dice. Parece gustarle. Sigo hasta la última, justo al final de su columna.
—¿En el culo no va ninguna?
—Si quieres te pongo, aunque soléis
ser más sensibles ahí.
—Ponme, ponme, por favor — Su
tono, tan caliente como las piedras, mientras me mira con la lengua fuera
cuando voy a por ésta me pone peor aún.
Agarro la última piedra y se
la coloco en el culo, entre las dos nalgas. Gime. Esta vez en un gemido en toda
regla.
—Ahora vuelvo, quédate así un
rato.
Mi tono se nota nervioso, pero
es que aún no me había pasado nunca nada así excepto cuando fui a hacerme un
masaje donde mi vecina la china.
Desearía que pasara ahora por
la calle para interceptarla y que me hiciera un apaño, pero no hay esa suerte.
Voy al baño, entro, cierro el pestillo y me saco la polla. Agarro papel higiénico
y empiezo a pajearme, pensando en la cliente que tengo en la cama. Como el
masaje acaba con una mamada, con una penetración. No tardo mucho en correrme.
Me la lavo bien, me acicalo y vuelvo a la sala.
Está sentada, abierta de
piernas y con una de sus manos en el coño y la otra con el dedo índice dentro
de la boca.
—¿Qué…?
—Se metió la piedra entre mis
nalgas y me quemó el coño. ¿Lo tengo colorado?
Se lo abre. Intento actuar con
normalidad y miro. Agacho la cabeza, la acerco y huelo. Tiene un color rojo,
aunque más que por la piedra seguro que es por lo mucho que lo debe de usar, ya
que tiene los labios grandes, como hinchados. Se ve su clítoris, grande,
saliente.
—Parece estar bien.
—¿Seguro? Compruébelo bien,
por favor.
—¿Esta bien que toque?
—Si es para eso por supuesto.
Me lo dice con cara lasciva.
Con la cara colorada y ahora un dedo más en la boca, babeando.
Le toco, le rodeo el labio y
aprieto el clítoris. Gime.
—Parece estar bien.
—Pues continuemos con el
masaje, señor — Se estira boca arriba. —¿Puede empezar esta vez por las
piernas?
—Claro.
Así lo hago. Empiezo
masajeando el empeine del pie, subiendo por la tibia. Después la rodilla. Se
las levanto, las muevo, sin poder evitar mirar su coño y como sus manos están en
su cintura, con los dedos alargándose a sus labios inferiores y estirando un
poco. Parece querer provocarme y lo consigue. Me acabo de correr pero ya está
fuerte como un roble.
Voy subiendo poco a poco hasta
llegar a la entrepierna. Aparta las manos y las pongo yo, en su ingle, donde
estoy varios segundos. Está húmeda y eso me recuerda que se me ha olvidado
aplicar aceites. Pero eso es lo de menos ahora.
Gime, ahogadamente pero gime,
además de estremecerse.
Tras un rato y casi perder el
control subo, no sin antes apretarle los labios inferiores, cerrándoselo,
sabiendo que le rozaría el clítoris, y viendo como el líquido rebosa de su
raja. Está con los ojos cerrados, pero con una sonrisa lasciva.
En menos de cinco minutos llego
debajo de sus senos y empiezo a rozárselos.
—Me colocare frente tu cabeza
para masajearte los pechos, para poder hacerlo con los dos a la vez.
—Como quieras, házmelo como
más te guste.
Me mira tirando hacía atrás la
cabeza un poco. Me pone nervioso. Le pongo las manos sobre los pechos. Noto sus
pezones como aprietan cuando yo los aplasto.
—Así, así…
Cruzamos la mirada. Tiene la
boca abierta y la lengua casi fuera. Toco los pechos como si de masa de pan se
tratase. Los amoldo, los choco entre ellos, los aprieto. Vuelvo a mirarla y veo
que observa mi entrepierna. Palpita, mi poya palpita y se ve claramente a través
del pantalón.
—¿Está bien? — Pregunta
mientras se echa un poco hacía mí, quedando su cabeza colgando. —Huele muy
fuerte, ¿Es incienso? — Está claro que se refiere a mi poya, al semen. Mientras
pienso una respuesta mis manos se mueven solas y le retuercen un pezón. Gime. —
Es muy bueno, deje que empiece a pagarle — Alza sus manos y las pone en mi pantalón.
Lo desabrocha y me lo baja, luego los calzoncillos. Mi pene choca con su nariz.
—Sí, sí que es incienso. Incienso de sexo.
Se echa un poco más atrás y
empieza a lamerla desde la punta hasta los huevos.
No digo nada, simplemente sigo
tocando sus pechos pero poco a poco voy acomodándome para que me la pueda comer
perfectamente, inclinando mi cuerpo sobre el de ella. No tarda en colocársela dentro
y me vuelve loco. A ella también, parece que el fuerte olor le pone mucho y
empieza a agarrarme el culo con una mano mientras con la otra me masajea los
huevos a la vez que la chupa eufóricamente. La tengo sensible por haberme
pajeado antes y mi mente se enloquece. Bajo mi boca a sus pechos y empiezo a
lamer alrededor de los pezones mientras los aprieto. Poco a poco me acerco al
pezón hasta que empiezo a rodearlo muy rápidamente, haciendo círculos, hasta
que empiezo a golpearlo y luego paso al otro pecho, haciendo lo mismo, hasta
que empiezo a chuparlos locamente y morderlos. Juntando ambas tetas con las
manos, para poder mordisquear los dos pezones a la vez. Ella va haciendo pausas
gimiendo y luego vuelve a chupármela, a vece se atraganta y muevo la cadera rápidamente
para ayudarla, pero entonces ella me empuja el culo y hace que se la meta
entera en la boca.
Mis manos dejan su pecho y van
a su coño. Empiezo a tocárselo y ella se retuerce. Más aún cuando le meto los
dedos con una mano y con la otra le pellizco su clítoris. Pasamos unos minutos así.
Ella comiéndomela y masajeándome los huevos mientras yo le meto los dedos, pellizque
y estiro el clítoris y muerdo sus pechos.
Empiezo a gemir, me queda
poco. Ella es consiente y se saca la poya de la boca para empezar a moverla
rápidamente. Yo le cómo los pechos muy brutalmente, hasta que haberle hecho
alguna herida.
—Dios, dios.
Me corro, se moja la cara. No
suelto mucho semen, pero lo suficiente para que lo saboree. Me lame después la
poya y me la limpia. Me aparto atónito, aún sin creerme que ha pasado.
—¿Ahora qué has soltado el
aceite terapéutica que tal si me lo juntas dentro?
Se sienta en la camilla,
frente a mí, con las piernas abiertas y abriéndose el coño con los labios.
Estoy tan puesto que no se me
baja y aún sale algo de semen.
—¿No me la metes para darme el
masaje completo?
Me guiña un ojo y me lanza un
beso. La penetro, fuertemente. Se tumba contra la cama y sus piernas quedan
alzadas, las agarro, y empiezo a empujarle fuertemente. Sus pechos rebotan y su
cara se desfigura con cada pollazo que le hace rebotar la cabeza y sus tetas.
Tras varios envites se alza un
poco, ayudándose con las manos, y se agarra a mi cuello. Tiene la lengua fuera
e intenta cazar mi boca, pero se lo pongo difícil. Al final lo logra y
empezamos a besarnos entre gemidos.
Todo aquellas emociones hacen
que dure menos aún que antes. Empiezo a gemir. Ella me suelta el cuello y se
vuelve a tumbar, pero coloca sus manos en su coño, tocándose el clítoris. Sigo
gimiendo.
—Córrete, dentro. Échame todo
tu aceite.
Su petición, sus gemidos, su
cuerpo, sus pechos rebotando, sus manos tocándose un coño empapado y siendo penetrado
por mi pene hace que empiece a correrme. Gime, acelero, gime ella aún más
fuerte, también acelera. Los dos nos corremos, los dos gemimos de placer, los
dos tenemos un orgasmo.
Pasamos unos segundos besándonos
mientras tengo mi polla dentro de su coño. Nos separamos, se viste, me visto y
le acompaño a la puerta.
—Es un buen masajista, ya lo
recomendare.
Me da una palmadita en la
polla y se marcha. Aún no me creo lo que ha pasado, pero antes de que pueda
pensar mucho en ella pasa mi vecina la china, con su ropa ajustada, y tengo la
necesidad de que revitalice mi cuerpo.
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