jueves, 8 de octubre de 2015

Masaje completo.

Una persona provocadora, de cuerpo explosivo, expresión lasciva y desnudo. Que quiere un masaje completo, que quiere sentir lo que es un masaje complaciente...

Aquí tenéis el nuevo relato, espero que os humedezca mucho ;)


Masaje completo.

Creedme cuando digo que ser masajista siendo hombre no es fácil, así como ir al masajista cuando eres hombre y te atiende una mujer tampoco lo es.

Confían en ti, te dejan sus cuerpos, algunos hasta desnudos en su totalidad, y tú tienes que tocar todo sabiendo que, en teoría, no puedes llegar a más.

A veces parece que quieren algo más, pero nunca se está del todo seguro y un movimiento en falso puede hundirte el negocio, así que lo más sensato es tocarte al salir, irte de putas o quedar con la clienta para tomar algo y ver qué pasa.

Hoy me queda una clienta más antes de cerrar el día. Una joven rubia exuberante. Me preguntó por si hacía masajes completos y se puso feliz al saber que sí. Solo de pensar en tocar prácticamente todo el cuerpo de esa mujer ya hace que me empalme como si tuviera una herramienta más de masajes en la entrepierna.

Son las ocho, la hora acordad.

Abren la puerta, es ella.

Rubia con cabello largo, suelto. Con una camiseta sport rosa. No lleva sujetador, sus enormes pechos aguantan la camiseta en vez de sus hombros y sus pezones parecen querer rasgarla. De pantalones unos shorts donde seguramente se le vean las nalgas y de calzado unas bambas del color de la camiseta. Ojos azules y piel blanca, lisa. Sonrisa agradable, dientes perfectos y una lengua movida, que no para de moverla dentro de la boca. La joven deja demasiado a la imaginación, va a ser duro y va a estar aún más duro.

—Hola — Agita la mano eufóricamente. —Aquí estoy — Junta los pies y se pone las dos manos a la espalda, a la altura del culo, mientras me sonríe.

—Muy buenas, veo que vienes contenta. Eso siempre es bueno.

—¿Sí?

—Sí. La positividad es bueno para todo, hasta para las enfermedades.

—Pues de eso lo soy mucho.

—Me alegro. Puedes ir pasando por esta puerta. Quítate la camiseta y los pantalones y ponte cómoda en la camilla.

—Vale, voy.

Entra en la habitación, cierra la puerta. Yo pongo el cartel de trabajando en la puerta del local y voy hacia la habitación.

Entro.

Esta tumbada, usando los brazos como cogen pero aun así le cuesta que este a la altura adecuada por sus  pechos. No tiene las bragas puestas, me sorprendo. Su culo parece esponjoso, respingón. Se ha recogido el pelo con una goma, haciéndose un moño.

—¿No quieres llevar nada de ropa interior?

—Es que no llevaba puesta. Sabia que venía y tengo la casa cerca, así que pensé que sería una molestia.

Vuelve a sonreírme. Su actitud es sorprendentemente morbosa.

—¿Estas cómoda?

—Sí.

—Espero que no te ofenda. Lo digo por tus pechos. ¿Al ser tan grandes no te molesta estar tumbada así?

—No, tranquilo. Estoy acostumbrada. Además en un rato cambiare la postura, ¿No?

—Por supuesto.

Le rocío con agua de miel, muy diluida. Se estremece por lo fría que esta. Paso las manos para untárselo por todo el cuerpo. Primero los hombros, luego la espalda. Llego a la cintura, donde me explayo un poco más y bajo a las nalgas. Las aprieto, meto los dedos entre ambas y las abro y cierro un poco, para untarlo bien. Luego voy a las piernas y, en los muslos, junto bien por los lados, rozando la entrepierna, para luego bajar hasta los pies y hacerlos un por uno. Tiene cosquillas. Su risa es aguda, algo estridente, aunque intenta aguantársela.

Vuelvo a los hombros y se los agarró. Aprieto como si quisiera hundirlos.

—¿Te duele?

—No.

Aligero peso y empiezo a mover mis dedos y manos. Plegando la piel y estirándola, haciendo presión en varias partes del hombro.

—Los tienes muy cargados.

—Será por la mochila, nos ponen mucho peso.

—Pobre espalda.

—Ni que lo digas.

Bajo al homo plato. Doy golpecitos periódicos, de los que hacen vibrar la voz, y luego empiezo de nuevo a plegar y estirar. Encuentro contracturas y se las quito. Con algunas se ríe. Ahora voy a los extremos de la espalda y cuando paso las manos por ahí los dedos se me filtran por el costado, llegando a rozar sus tersos senos. Hace algún ruido, pero no sé si es una queja o simplemente el gruñido que todos hacen por los masajes.

—Si te duele o molesta algo dímelo. Cada cuerpo es distinto.

No responde.

Bajo a la cintura, se la agarro con suavidad. Pliego y estiro, con la mano bien abierta para agarrarle su fina cintura. Poco a poco voy bajando, poco a poco empiezo a tocar sus nalgas hasta que finalmente llevo las manos a ellas.

Manoseo bien las lnalgas. Las choco, las abro. De arriba abajo, derecha a izquierda, hasta que empiezo a bajar las manos por las piernas y rodeo éstas, roznado su coño. Su depilado coño.

—¿Y si me gusta?

—¿Perdona? ¿Qué dices?

—Antes me has dicho que si no me gusta lo dijera. ¿Si me gusta también lo digo?

—¿Te está gustando?

Asiente con la cabeza mientras mueve su cintura para acomodarse. Mis dedos, perdidos al inicio de sus piernas, se filtran hasta rozar su coño, sorprendentemente húmedo.

Me aprieta. El pantalón está por explotar.

Acabo las piernas un poco más rápido de lo habitual y voy a por las piedras calientes que colocare en su espalda. El cuenco está en la pared que tiene frente a la cara.

—Quemará un poco al principio, pero tienes que tenerlas puestas un rato.

—De acuerdo.

Me giro para ponerle la primera y está mirándome fijamente, sonriendo, aunque mira al frente en vez de mi cara.

Le pongo la primera. “mmm” dice. Parece gustarle. Sigo hasta la última, justo al final de su columna.

—¿En el culo no va ninguna?

—Si quieres te pongo, aunque soléis ser más sensibles ahí.

—Ponme, ponme, por favor — Su tono, tan caliente como las piedras, mientras me mira con la lengua fuera cuando voy a por ésta me pone peor aún.

Agarro la última piedra y se la coloco en el culo, entre las dos nalgas. Gime. Esta vez en un gemido en toda regla.

—Ahora vuelvo, quédate así un rato.

Mi tono se nota nervioso, pero es que aún no me había pasado nunca nada así excepto cuando fui a hacerme un masaje donde mi vecina la china.

Desearía que pasara ahora por la calle para interceptarla y que me hiciera un apaño, pero no hay esa suerte. Voy al baño, entro, cierro el pestillo y me saco la polla. Agarro papel higiénico y empiezo a pajearme, pensando en la cliente que tengo en la cama. Como el masaje acaba con una mamada, con una penetración. No tardo mucho en correrme. Me la lavo bien, me acicalo y vuelvo a la sala.

Está sentada, abierta de piernas y con una de sus manos en el coño y la otra con el dedo índice dentro de la boca.

—¿Qué…?

—Se metió la piedra entre mis nalgas y me quemó el coño. ¿Lo tengo colorado?

Se lo abre. Intento actuar con normalidad y miro. Agacho la cabeza, la acerco y huelo. Tiene un color rojo, aunque más que por la piedra seguro que es por lo mucho que lo debe de usar, ya que tiene los labios grandes, como hinchados. Se ve su clítoris, grande, saliente.

—Parece estar bien.

—¿Seguro? Compruébelo bien, por favor.

—¿Esta bien que toque?

—Si es para eso por supuesto.

Me lo dice con cara lasciva. Con la cara colorada y ahora un dedo más en la boca, babeando.

Le toco, le rodeo el labio y aprieto el clítoris. Gime.

—Parece estar bien.

—Pues continuemos con el masaje, señor — Se estira boca arriba. —¿Puede empezar esta vez por las piernas?

—Claro.

Así lo hago. Empiezo masajeando el empeine del pie, subiendo por la tibia. Después la rodilla. Se las levanto, las muevo, sin poder evitar mirar su coño y como sus manos están en su cintura, con los dedos alargándose a sus labios inferiores y estirando un poco. Parece querer provocarme y lo consigue. Me acabo de correr pero ya está fuerte como un roble.

Voy subiendo poco a poco hasta llegar a la entrepierna. Aparta las manos y las pongo yo, en su ingle, donde estoy varios segundos. Está húmeda y eso me recuerda que se me ha olvidado aplicar aceites. Pero eso es lo de menos ahora.

Gime, ahogadamente pero gime, además de estremecerse.

Tras un rato y casi perder el control subo, no sin antes apretarle los labios inferiores, cerrándoselo, sabiendo que le rozaría el clítoris, y viendo como el líquido rebosa de su raja. Está con los ojos cerrados, pero con una sonrisa lasciva.

En menos de cinco minutos llego debajo de sus senos y empiezo a rozárselos.

—Me colocare frente tu cabeza para masajearte los pechos, para poder hacerlo con los dos a la vez.

—Como quieras, házmelo como más te guste.

Me mira tirando hacía atrás la cabeza un poco. Me pone nervioso. Le pongo las manos sobre los pechos. Noto sus pezones como aprietan cuando yo los aplasto.

—Así, así…

Cruzamos la mirada. Tiene la boca abierta y la lengua casi fuera. Toco los pechos como si de masa de pan se tratase. Los amoldo, los choco entre ellos, los aprieto. Vuelvo a mirarla y veo que observa mi entrepierna. Palpita, mi poya palpita y se ve claramente a través del pantalón.

—¿Está bien? — Pregunta mientras se echa un poco hacía mí, quedando su cabeza colgando. —Huele muy fuerte, ¿Es incienso? — Está claro que se refiere a mi poya, al semen. Mientras pienso una respuesta mis manos se mueven solas y le retuercen un pezón. Gime. — Es muy bueno, deje que empiece a pagarle — Alza sus manos y las pone en mi pantalón. Lo desabrocha y me lo baja, luego los calzoncillos. Mi pene choca con su nariz. —Sí, sí que es incienso. Incienso de sexo.

Se echa un poco más atrás y empieza a lamerla desde la punta hasta los huevos.

No digo nada, simplemente sigo tocando sus pechos pero poco a poco voy acomodándome para que me la pueda comer perfectamente, inclinando mi cuerpo sobre el de ella. No tarda en colocársela dentro y me vuelve loco. A ella también, parece que el fuerte olor le pone mucho y empieza a agarrarme el culo con una mano mientras con la otra me masajea los huevos a la vez que la chupa eufóricamente. La tengo sensible por haberme pajeado antes y mi mente se enloquece. Bajo mi boca a sus pechos y empiezo a lamer alrededor de los pezones mientras los aprieto. Poco a poco me acerco al pezón hasta que empiezo a rodearlo muy rápidamente, haciendo círculos, hasta que empiezo a golpearlo y luego paso al otro pecho, haciendo lo mismo, hasta que empiezo a chuparlos locamente y morderlos. Juntando ambas tetas con las manos, para poder mordisquear los dos pezones a la vez. Ella va haciendo pausas gimiendo y luego vuelve a chupármela, a vece se atraganta y muevo la cadera rápidamente para ayudarla, pero entonces ella me empuja el culo y hace que se la meta entera en la boca.

Mis manos dejan su pecho y van a su coño. Empiezo a tocárselo y ella se retuerce. Más aún cuando le meto los dedos con una mano y con la otra le pellizco su clítoris. Pasamos unos minutos así. Ella comiéndomela y masajeándome los huevos mientras yo le meto los dedos, pellizque y estiro el clítoris y muerdo sus pechos.

Empiezo a gemir, me queda poco. Ella es consiente y se saca la poya de la boca para empezar a moverla rápidamente. Yo le cómo los pechos muy brutalmente, hasta que haberle hecho alguna herida.

—Dios, dios.

Me corro, se moja la cara. No suelto mucho semen, pero lo suficiente para que lo saboree. Me lame después la poya y me la limpia. Me aparto atónito, aún sin creerme que ha pasado.

—¿Ahora qué has soltado el aceite terapéutica que tal si me lo juntas dentro?

Se sienta en la camilla, frente a mí, con las piernas abiertas y abriéndose el coño con los labios.

Estoy tan puesto que no se me baja y aún sale algo de semen.

—¿No me la metes para darme el masaje completo?

Me guiña un ojo y me lanza un beso. La penetro, fuertemente. Se tumba contra la cama y sus piernas quedan alzadas, las agarro, y empiezo a empujarle fuertemente. Sus pechos rebotan y su cara se desfigura con cada pollazo que le hace rebotar la cabeza y sus tetas.

Tras varios envites se alza un poco, ayudándose con las manos, y se agarra a mi cuello. Tiene la lengua fuera e intenta cazar mi boca, pero se lo pongo difícil. Al final lo logra y empezamos a besarnos entre gemidos.

Todo aquellas emociones hacen que dure menos aún que antes. Empiezo a gemir. Ella me suelta el cuello y se vuelve a tumbar, pero coloca sus manos en su coño, tocándose el clítoris. Sigo gimiendo.

—Córrete, dentro. Échame todo tu aceite.

Su petición, sus gemidos, su cuerpo, sus pechos rebotando, sus manos tocándose un coño empapado y siendo penetrado por mi pene hace que empiece a correrme. Gime, acelero, gime ella aún más fuerte, también acelera. Los dos nos corremos, los dos gemimos de placer, los dos tenemos un orgasmo.

Pasamos unos segundos besándonos mientras tengo mi polla dentro de su coño. Nos separamos, se viste, me visto y le acompaño a la puerta.

—Es un buen masajista, ya lo recomendare.

Me da una palmadita en la polla y se marcha. Aún no me creo lo que ha pasado, pero antes de que pueda pensar mucho en ella pasa mi vecina la china, con su ropa ajustada, y tengo la necesidad de que revitalice mi cuerpo.

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