Aquí os traemos el nuevo relato.
Imaginaros que cada vez que vais a follar pasa algo que os impide hacerlo. Tantas veces seguidas que pensáis que tenéis un mal de ojo y, justamente, tenéis una lectura de manos y sanación gratuita... y, además, os abre la puerta una persona que os tiraríais inmediatamente pero... su juef@ está mejor aún...
Futuro Inmediato.
Un año, un año sin follar. Lo
he intentado todo. En fiesta, en páginas de cita, con aplicaciones e incluso
pagando y siempre, siempre ha sucedido algo. Todo parece ir bien, los preliminares
nos calientan siempre y cuando vamos a empezar algo sucede. A la prostituta que
contrate le entró un cólico. Con la estudiante que me ligue en una discoteca
nos pilló la madre y, aun así, cuando la convencí para que se uniera y ya
estábamos los tres chorreando apareció el marido. A la policía que me estaba a
punto de tirar en mí auto le robaron el suyo y así con un sinfín de cosas.
Finalmente voy a hacer algo
que nunca creí que se me ocurriría. Hace medio año recibí un vale para una
revelación con la pitonisa más famosa de todas, famosa por ser la joven con más
aciertos de la historia, según la televisión y su anuncio.
Hoy es el día. Aparco en la
entrada de su casa, donde hace las visitas. Es grande, en mitad de un jardín
inmenso con grandes partes de arena bien arreglada, como los jardines zen. En
el centro, un poco antes de la puerta, hay un pequeño estanque con un puente de
madera, rojo, rodeado de sauces llorones. Una vez en la puerta pico al timbre.
El sonido es normal, para mi sorpresa. Esperaba algo más siniestro.
No tardan en abrirme. Lo hace
una chica, aparentemente joven. Mi pene palpita al verla. Es bajita, con el
pelo largo pero recogido en una cola. Su tez es morena y lleva un velo naranja,
trasparente, por encima de la frente hasta la nariz pero se puede apreciar su
fina cara y sus labios pequeños y brillantes. Lleva vestuario de danza del
vientre, todo del mismo color. Sus sutiles pechos se embellecen gracias a los
cascabeles que le cuelgan haciendo mirar su barriga, plana además de fina. El
velo de la entrepierna, trasparente también,, dejando ver unas braguitas muy
ajustadas, tanto que se le marcan los labios inferiores hacen que la
imaginación de uno vuele. Va descalza, pero con unas tiras que suben desde el
tobillo hasta debajo de la rodilla rodeándole la pierna.
—Buenas tardes — escucho con
dificultad. No quiero saber cuántas veces me lo habrá dicho. Me he quedado
anonadado mirando su belleza.
—Ho-hola, buenos días — digo
algo nervioso, aunque ya es bien entrada la tarde.
—¿Tiene cita?
—Sí, aquí est… — No acabo la
frase y su mano se va a mi bolsillo delantero derecho. Doy un paso atrás de la
sorpresa y noto como los dedos de la mano hurgan en mi bolsillo. Me roza el
pene, y justo en ese momento me palpita. Me muero de vergüenza, debe de notar
lo caliente que estoy al verla. Pasan unos segundos y saca la cita.
—Sí, ya sabía que estaba aquí.
Muy bien, sígame.
—¿Es usted la pitonisa?
Me mira con cara de asombro,
inmediatamente sonríe cerrando los ojos fugazmente.
—Me halaga caballero, soy su
aprendiz pero algún día deseo poder si quiera igualarla.
—Seguro que lo consigue — digo
sonriendo. A alguien tan bello hay que subirle la moral siempre que se pueda,
sobre todo cuando no parece importarle haber notado mi pene palpitante por
ella.
—Venga, sígame.
Se gira y empieza a caminar.
Por detrás se puede ver su fino pero carnoso culo, tapado con un preciosísimo
tanga atado con unos lazos tentadores de sacar.
Sigo su sensual movimiento por
un pasillo hasta llegar a lo que parece una sala de estar. Un gran sofá con un
sillón a cada lado, todos marrones. Una mesa pequeña, de cristal, con un plato
lleno de piedras de distintos colores. Un fuerte aroma suave, algo dulce,
embriaga el lugar. No hay televisión, tan solo cortinas tapando una venta y, frente
al sofá, una puerta cerrada.
—En cuanto acabe con la
clienta que tiene ahora le atenderá a usted, siéntese donde esté más cómodo.
—Oh, muchas gracias — digo
mientras me siento en el sofá, en el centro, a la vez que no dejo de mirar a la
joven aprendiz. Es imposible no mirar la belleza de la chica, tan sensual.
—¿Está cómodo? ¿Quiere alguna
cosa? — Me pregunta. Y tanto, querría empotrarla en el sofá en el que estoy
sentado, que pena que eso no me lo vaya a ofrecer.
—Oh, es que es la primera vez
que vengo a un lugar de estos. No sé qué se hace exactamente.
—¿Y por qué ha venido? Quizá
pueda ayudarle mientras espera la gran visita — se acerca sensualmente,
poniendo una pierna frente a la otra mientras anda como si fuera una modelo. Se
pone frente de mí, entre la mesa y mi cuerpo, y flexiona las rodillas. Sus
pechos son más grandes de lo que parecían y, además, no lleva sujetador. Sus
pezones se le marcan perfectamente. Le cuento mis preocupaciones y me coge la
mano. Tiene la piel suave y unas manos frías pero blandas, delicadas. Sus uñas,
algo largas, muy cuidadas y sus labios brillan. — Vaya… no estoy segura, porque
aún no lo domino del todo, pero puede que algunas de tus preocupaciones cambien
— Me dice mientras me mira a los ojos. En la posición en la que está en
altamente sensual y espero que no se note que tengo el mástil alzado. Sin
embargo, esa revelación, no sé cómo tomármelo. ¿Algunas de mis preocupaciones?
Lo único que quiero últimamente es follar. ¿Significa eso que follare? Se abre
la puerta que hay frente a nosotros antes de que pueda preguntar. La aprendiz
se levanta exaltada y se aleja velozmente. Me señala guardar silencio mientras
me guiña un ojo, imagino que en referencia a lo que ha hecho. Asiento con la
cabeza y veo a una señora salir de la habitación. Parece mayor que yo, pero es
esbelta. Uniformada, con una plaquita y una carpeta que pone “bufete de
abogados” Agradece varias veces a alguien que están en la habitación de donde
sale y después hace una reverencia, lo repite con la aprendiz, y se despide. Ni
me ha visto.
—Enseguida es tu turno — dice
la joven mientras hace una reverencia y entra en la habitación de donde ha
salido la mujer. Cierra la puerta y la sala se queda en silencio. Pasan unos
minutos donde el silencio se apodera del lugar. Se vuelve a abrir la puerta,
sale la aprendiz y me señala con el brazo izquierdo que pase. — Ya puede pasar,
están todos los preparativos listos — No me gusta cómo suena eso de
preparativos, pero que se le va a hacer. Me levanto y entro, no sin antes mirar
otra vez de arriba abajo a la joven.
Es una pequeña habitación. Hay
una mesa en el centro, con un mazo de cartas, un cubil que parece contener
dados y una pluma de tinta metida en su tintero. Dos sillas, una a cada lado,
acolchadas y con reposabrazos. En el fondo hay una camilla y allí está la que
imagino será la pitonisa, de espaldas. Cabello largo, negro, que le baja hasta
media espalda. Parece llevar una camisa blanca, así como una falda negra de
tubo, ajustadas, tapando su culo respingón y marcando bien las nalgas de forma
individual. Medias, marrones y unos tacones negros. Huele más fuerte que en el
resto de la casa, a un olor menos dulzón pero mucho más agradable.
Tras de mi entra la aprendiz y
cierra la puerta. Me exalto y giró la cara inmediatamente.
—¿Te he asustado?
—Sí, perdón por exaltarme.
¿Esta vez no esperas afuera?
—Tranquilo — dice una voz
serena, la de la pitonisa. Una voz serena y agradable, me recuerda a la de mi
profesora de historia. Giro la cabeza hacía ella y veo que se está girando
mientras sigue hablando. — esta vez ha insistido en que quiere ver como
resuelvo tu problema — explica e, inmediatamente, vuelvo a girar la cabeza
hasta la joven, sorprendido y con los ojos bien abiertos. Me guiña un ojo y me
saca la punta de la lengua. — Además, la habitación está insonorizada solo para
que no se oiga que pasa en su interior, así que si alguien llama lo oirá y
podrá salir.
—Insonorizada… — murmuró
mientras vuelvo mi mirada a la pitonisa. Esta girada totalmente. Efectivamente,
como pensaba, viste una camisa blanca muy ajustada. Tanto que tiene los tres
primeros botones desabrochados, pero no porque tenga unos pechos enormes –que
no son pequeños- sino porque la camisa es apretada. Aun así se le puede ver los
pechos e incluso la parte superior del sujetador. Su rostro es sereno, firme,
con unas finas gafas negras, metálicas, y unos ojos negros como el carbón, muy
profundos. Su nariz es estrecha, pero algo larga, mientras que sus labios son
algo gruesos y pintados de un rojo intenso. Tiene mechones por delante de la
cara, haciéndola más mística y, sobretodo, más sensual.
—Claro, así nadie se puede
enterar si alzamos el habla hablando de tus intimidades — explica la aprendiz.
Tiene sentido, la verdad es que me quedo aliviado aunque se me va a hacer raro
explicar esto ante dos mujeres.
—Siéntese, por favor. Espero
que no tenga problema con que mi aprendiz.
—No, por supuesto que no.
Faltaría más — como para que me importase con lo buena que está, pena que se
quede detrás de mí y no pueda ver a las dos juntas, aunque mi mente ya ha
empezado a fantasear y mi pene está que no cabe en su gozo.
—Por favor, extienda su mano —
Le hago caso y me la coge. También tiene las uñas largas, más que la joven, y
de color negras con brillos violeta. Empieza, con su dedo índice, a seguir las
líneas de mi mano. Pasa unos segundos así y después sonríe y mira al frente, a
su aprendiz. — Ya entiendo porque querías ver cómo resolvemos este caso — Dice,
entre una risa aguda y traviesas. — Veo que has estado un tiempo en austeridad.
—Bueno, yo no diría
austeridad.
—¿No? Aquí veo que ha estado
sin sexo.
—Sí, pero no porque yo lo haya
decidido. Siempre ha pasado algo que ha impedido que acabe la faena empezada.
—¿Sí? ¿Cómo qué? En tu mano
veo varios sucesos desgraciados, pero no pensé que estarían relacionadas con
tus actos sexuales.
Empiezo a contarle ejemplos.
Tras el primero me pide otro y así sucesivamente. Veo que se muerde el labio y
se pasa la lengua por éstos varias veces a medida que hablo y le explico todos
los sucesos, uno por uno, desde que empiezo a besar hasta que pasamos al sexo
oral o incluso primeras penetraciones con los dedos.
—Ya veo, tiene algo bastante
oscuro sobre ti.
—¿Sí? ¿De verdad? ¿Tiene
solución? — pregunto preocupado. Al principio me mostraba escéptico, pero ha
acertado con el problema y con las desgracias, aunque no en su totalidad ni en
conjunto.
—Sí, déjame antes consultar
las cartas para ver cuán grande es la sombra que se proyecta sobre ti y tu
pene.
Asiento con la cabeza. Me
suelta la mano, que había tenido agarrada todo el tiempo, y empieza a barajar
las cartas que tenía sobre la mesa. Tras unos segundos empieza a voltear las
cartas sobre la mesa. Veo una torre, una serpiente y otras tantas pero no tengo
ni idea de que significa. Cuando deja de echar cartas las mira y abre los ojos
de par en par. Hace señas a su aprendiz para que se acerque y las mira también,
sorprendiéndose de igual manera.
—Maestra…
—Sí, tenemos que actuar ya.
Podremos resolverlo.
—¿Qué, qué sucede? — pregunto
asustado. Su cara muestra espanto. Los ojos bien abiertos, mirándose, mientras
la pitonisa se muerde el labio y la aprendiz aprieta los dientes.
—Es largo de explicar. Vamos,
ven. Túmbate en la camilla — dice la maestra mientras se levanta. Al hacerlo
sus pechos rebotan, se mueven muy fluidamente, saltando un botón más de la
camisa y mostrando prácticamente todo el sujetador, así como la aréola de éste.
—¿Me tumbo? — preguntó,
nervioso, mientras me levanto.
—Sí, pero quítate la ropa.
Rápido — añade la aprendiz. Su maestra le mira y le guiña un ojo, Hacen un buen
y rápido trabajo. Les hago caso, y me quedo en calzoncillos. —¿Así está bien?
—No, tiene que ser todo —
contesta la pitonisa. —Además, él también quiere salir — Se refiere claramente
a mi pene. En cuanto ha dicho “todo” me he imaginado a mí con ellas desnudo y
no he podido evitar volver a empalmarme pese a lo nervioso que estaba. —
Ayúdale, va.
Antes de que pueda decir algo
al respecto tengo a la aprendiz de rodillas en frente de mí, bajándome los
calzoncillos lentamente. Sus dedos son fríos pero su mirada, fija en mi
entrepierna, me calienta hasta el punto de que mi pene sale, rebotando, de los
calzoncillos por su propia cuenta y le golpea la frente. Me quedo sin habla
mientras ella se para un instante, fugaz pero palpable, donde respira pero
enseguida sigue con su labor de desnudarme por completo. Cuando acaba se
levanta mis ilusiones de una mamada imprevista se desvanecen. Ella ni se ha
inmutado al ver mi pene, erecto, con la vena marcada y más grande que nunca. Me
meten prisa y me tumbo en la camilla.
—Vale, ahora cierra los ojos.
Vamos a librarte de este mal y de tus preocupaciones — dice la maestra mientras
pasa sus manos por encima de mi cuerpo, sin tocarme. — Fíjate bien, tienes que
aprender a hacer este tipo de trabajo lo mejor posible — le dice a su aprendiz.
—¿Yo solo cierro los ojos?
—No, pero ya sabrás que hacer
cuando toque.
Pasan unos segundos. Noto sus
manos por encima de mi cuerpo, noto esa presión. También siento cerca a la
aprendiz, por detrás de mi cabeza. Una mano se posa sobre mi pecho y otra sobre
mi barriga. Por la distancia de la punta del dedo y la uña que siento en mis
carnes estoy seguro de que es la pitonisa. Ahora sería un momento perfecto para
verle ese par de pechos bien puestos que tiene.
Mierda, mi pene no deja de
palpitar. Tengo que intentar dejar de pensar en cosas, pero solo me viene a la
mente estas dos bellezas desnudas frente de mí.
—Tranquilo, pronto empezará —
dice la maestra mientras presiona mi pecho y acaricia mi barriga. La mano del
pecho presiona levemente mientras va moviéndose hacía mi cuello y la de la
barriga acaricia en círculos… cada vez más cerca de mi pene. Finalmente lo roza
y, poco a poco, sus dedos van rodeándolos. Se me corta la respiración un
segundo cuando sus dedos se cierran en torno a mi miembro viril, agarrándolo,
pero vuelve a respirar cuando estos empiezan a deslizarse hacia arriba y hacia
abajo. — Contempla bien, querida aprendiz, aquí radican todos sus males —
¿Todos mis males? ¿En mi pene? ¿Qué le pasa? Cada vez estoy más nervioso y el
hecho de no poder relajarme y que mi pene no deje de palpitar no me ayudan. — Y
así es como se ha de empezar el ritual — Noto el cabello de la maestra sobre mi
cuerpo, caer sobre mi pene, mientras algo humedece el capullo de éste.
Inmediatamente noto algo húmedo, blando, posarse sobre él y empezar a moverse.
Ahogo un gemido. — Las paredes están acolchadas, tranquilo — dice con mi pene
en la boca. Sus labios me aprietan el tronco y su lengua me lo humedece entero.
Tras unos segundos empieza a masturbarme más rápidamente con las manos y, con
la parte final de la lengua, la que es más rugosa, empieza a presionar en el
capullo. Me encanta, me pone mucho. Mi mano derecha se van automáticamente a su
cabeza y paso los dedos entre su cabello.
—¿Esto es lo que debo hacer? —
digo mientras abro los ojos, quedándome atónito ante lo que veo: los pechos
totalmente desnudos de la aprendiz, con sus pezones bien rígidos. En ese
momento vuelve a meterse mi pene en su boca, chupando rápidamente, y ahogo un
gemido. La miro y veo como me contempla de reojo mientras me la mama. — Lo
tomare como un sí… — digo mientras vuelvo a mirar hacia arriba. La aprendiz
está mirando fijamente a su maestra como me come el pene, algo que me pone aún
más, y decido ir a por todas. Parece que sí era verdad que me iban a quitar mis
preocupaciones.
Quito la mano derecha del
cabello de la pitonisa, poniendo la izquierda en su lugar, y empiezo a
acariciar la pierna de la aprendiz. Ésta da un paso atrás y me mira. Inmediatamente
mira a su maestra, sigo la mirada y veo como está le guiña el ojo.
—Bueno, ¿Cómo va el
tratamiento? — pregunto, mientras intento aguantar los gemidos para poder
conectarme en hablar.
—¿Eh? ¿Cómo dices? — pregunta,
algo nerviosa, mientras mi mano derecha sube por su pierna. Es algo incómodo,
pero solo por comprobar si lleva puesto el tanga vale la pena.
—Digo que si el tratamiento
está dando efecto — insisto. La maestra saca finalmente la polla de su boca, no
sin antes pasar toda su lengua por el capullo, presionándolo, algo que hace que
me estremezca y gima mientras veo como la aprendiz se muerde el labio mientras
me contempla. Mi mano también sube a causa del placer, hasta llegar a la ingle
y rozar sus labios inferiores, bajo el pareo, totalmente al descubierto.
—Sí, el tratamiento está
surtiendo efecto. De hecho ya has expulsado algo — imagino que se refiere al
flujo pre seminal, pero de lo bien que me la estaba chupando ni me he dado
cuenta. — Pero debemos seguir.
—¿Tú aprendiz ayudará?
—Sí se ve capaz…
Ambos la miramos y ella nos
mira, intermitentemente, mientras se muerde el labio. Se guita el velo que
tenía en la cara, mostrando unos ojos color miel, enloquecedores, y una fina y
tersa nariz. Me mira fijamente justo cuando empiezo a juguetear con sus labios.
Ahoga un gemido, noto su humedad, y se inclina hasta poder besarme. Su lengua
es pequeña, pero sabe moverla bien. Y la lengua de su maestra es larga, tanto
que me lame el pene de abajo arriba en un visto y no visto, algo que ha empezado
a hacer ahora.
—Hay que lamer bien primero,
sino no es capaz de salir todo — dice antes de volvérsela a meter en la boca,
toda entera. Tras unas arcadas se la saca, babeando, y se separa de ella — Ven
aquí a ver si sabes hacerlo — le dice a la aprendiz. Ésta separa sus labios de
los míos, no sin antes que se los muerda, y va hacia mi pene. — ¿Puedes
levantarte? — me pregunta, algo que hago sin mediar palabra. — Ahora, querida,
arrodíllate y empieza a lamerla. — Mientras, tú y yo vamos por otros trotes.
Me acaricia el torso con la
mano derecha mientras con la izquierda acaba de desabrocharse la camisa, todo
esto sin quitarme ojo de encima. Mirándome por encima de las gafas mientras se
muerde el labio. Le agarro el culo con mi mano izquierda, rodeándola con el
brazo y acercándola a mí. Sus pechos se mueven y uno de sus pezones asoma
mientras chocan contra mi cuerpo. La beso. Nuestras lenguas chocan entre ellas
y se entrelazan al instante. Me muerde el labio, duele pero me gusta, mientras
mi mano palpa sus nalgas. Con la mano izquierda tengo cogido el cabello de la
aprendiz, quien ha empezado a comerme el pene muy velozmente, paseando su
lengua por todo el tronco y rozando con sus dientes el capullo, haciendo que me
estremezca.
—¿Te duele? — pregunta la
joven, sacándose el pene de la boca. Empujo con la mano su cabeza, para que
siga chupándola. Espero que sea suficiente respuesta. Eso parece, vuelve a
comérmela pero ahora con mucho más fervor, con muchas más ganas. Se escucha
como sorbe y ahoga gemidos de placer mientras empieza a tocarse su húmedo coño
a la vez que me la come.
—¿Qué te parece mi aprendiz? —
me pregunta la pitonisa, mientras separa sus labios de los míos. —Le he
enseñado personalmente a hacer todos estos trucos… — me susurra en la oreja. Me
la muerde. Pasa su lengua por mi cuello y vuelve a subir hasta mi boca. Me
agarra la cabeza, me coge el cabello, y me la hunde en sus pechos. — Pero el
plato fuerte te lo daré yo.
Sus pechos son suaves y
blandos. Mi nariz se aplasta en ellos pero mi lengua los saborea a la
perfección. La filtro por debajo el sujetador hasta llegar a su pezón, el cual
relamo hasta la saciedad.
Le quito la falda, se la bajo
hasta los pies, y empiezo a masajearle el coño a través de las bragas. Está
húmedo, más de lo que esperaba.
La aprendiz sigue chupando,
pero ahora además me masajea los testículos de una forma muy agradable. Separo
la mano que tenía en su cabeza y la llevo instintivamente a los pechos de su
maestra a la vez que separo mi cabeza y vuelvo a besar a ésta, más apasionadamente
que antes. Tras varios segundos separa sus labios otra vez de mi. Me coge ambos
brazos y los aparta de su cuerpo. Levanta sus pies, se acaba de quitar la falda
y da unos pasos atrás. Su cuerpo es bellísimo. Esbelto. Con carne donde agarrar
pero bien puesta, unos pechos acordes: ni grandes ni pequeños. Y un rostro
sensual que sería capaz de seducir al más escéptico de los científicos.
—Que encendido vas…. — dice mientras
sigue dando unos pasos atrás mientras se quita la camisa a la vez que yo he
colocado mis manos en la cabeza de su aprendiz, poniéndome más cómodo frente a
ésta y acompañando los movimientos de su boca con mi caerá: en definitiva que
me estoy follando a su boca, cada vez más rápido. — ¿Por qué no vas entrando en
materia más “profunda” con mi aprendiz mientras acabo de ponerme cómoda? —
pregunta, dejando clara su insinuación, mientras se aprieta las gafas y se
relame los labios.
Su aprendiz se saca,
lentamente, mi pene de la boca. Le da unos lametones más y después se levanta.
La beso sin pensarlo, me tiro a sus labios brillantes. El velo que lleva me
hace cosquillas, pero me pone demasiado como para quitárselo, al igual que el
pareo, o como se llame, que lleva de cintura para abajo. Las manos de ellas van
directas a mi pene, ambas, que empiezan a masturbármelo, mientras que las mías
se reparten en su coño y sus pechos. Nuestras lenguas se entrelazan, al igual
que mi dedo índice con su clítoris. Noto como ahoga gemidos y como me masturba
cada vez más rápido.
Tras pocos segundos tengo los
dedos empapados, así como mis labios. Separo mi boca de la suya y empiezo a
morderle el cuello, suavemente, con mucha lujuria y, así, veo a su maestra
sentada en la mesa mientras se masturba contemplándonos. Me pongo aún más y mis
dedos penetran a la joven, quien se estremece y gime en mi oreja, aunque de no
estar la habitación insonorizada le habría escuchado todo el vecindario.
Empiezo a penetrarla, cada vez más rápido, mientras su maestra hace lo propio
consigo misma, gimiendo las dos. Tras varios segundos así saco mi mano del coño
de la joven y la aparto, un poco brusco.
Me dirijo hacía la pitonisa,
quien haber sus piernas dándome la bienvenida. La embisto con mi pene, metiéndola
bruscamente, moviendo la mesa y haciendo que grite entrecortadamente. Sus
piernas me rodean la espalda y empiezo a moverme lenta, pero profundamente. Metiéndosela
todo lo que puedo mientras agarro su espalda y empiezo a besar su cuello. Pasa
sus brazos por mi cuello y empieza a mover su cadera a la vez que la mía, dando
así mucho más placer.
—No te contengas, acelera… —
me susurra en la oreja. Le hago caso inmediatamente, empiezo a acelerar hasta
el punto en que, por la velocidad, parece que esté golpeando la mesa. — Ven con
nosotros, únete a la fiesta — dice, imagino que a la aprendiz. Segundos después
escucho besos y noto el cuerpo desnudo de la joven detrás de mí. Me pone mucho,
tanto que empiezo a acelerar más e intentar meterla todo lo posible hasta que
golpeo con el culo a la chica. — Vaya, vaya, tendrás que ir con cuidado. Ven
aquí, súbete a la mesa. —Dice mientras se estira en la mesa. Ahora se mueve
toda ella a cada empujón.
La joven sube a la mesa y se
coloca encima de su maestra, pero mirándome a mí. Coloca el coño a pocos centímetros
de los labios de la pitonisa, quien empieza a lamérselo mientras le agarra las
nalgas, golpeándoselas de vez en cuando, y ella empieza a besarme mientras se
aguanta como puede en la mesa. Veo sus pechos botar, como si fuera a ella a la
que estuviera penetrando, pero el coño de la pitonisa me tiene tan obsesionado
que hasta los besos de la joven me parecen los de ella.
Tras varios minutos mi polla
sale. Aprovechan para recolocarse… ambas en pompa. Sus dos culos son increíbles.
El de la pitonisa es más grande, pero el color moreno de la joven lo hace
infinitamente más sensual. Ellas empiezan a besarse, a acariciarse, y veo como
los dedos de una se van al coño de otra. Tengo una mano en cada extremo, una
por culo, mientras pienso que tirarme antes.
—Empieza por ella, déjame a mí
para el final… — dice la pitonisa, así que empiezo fallándome su coño primero,
duramente. Grita y gime, imagino que no se lo esperaba. — Serás… — No acaba la
frase, porque grita otra vez antes de que saque mi pene y lo coloque
rápidamente en el coño de su aprendiz a la vez que la azoto. Mis dedos, en
cambio, están penetrando el coño de la pitonisa. Estoy varios segundos así y
luego cambio, alternando pene y dedos entre ambas mientras que la mano libre
las azota sin miramientos. Ellas se besan, se tocan, pero los tres gemimos. No
aguantare mucho, entre tantos gemidos y con la escena actual más todo lo previo
mi mente está completamente rota.
Pasan minutos, más de lo que
esperaba, y yo empiezo a gemir más y más.
—¿Estás acabando? — Pregunta
la maestra.
—No, pero casi.
—Pues espera…
Saco el pene inmediatamente y
ella se gira boca arriba. La aprendiz se pone sobre de ella y empeian a
besarse. Yo me masturbo mientras veo la escena. Los pechos chocnado, las piernas
de ambas abriéndose paso entre ellas mientras rozan sus coños a la vez que sus
manos acarician sus cuerpos de igual forma que sus lenguas se entrelazan.
—¿A qué esperas? Sigue fallándome
— dice la pitonisa. — Y cuando estés a punto de acabar échanoslo todo.
Coloco mi pene en su coño y lo
penetro, lentamente. Mis manos se agarran al culo de la aprendiz y meto el
hocico en él. Con la lengua llego a su coño, lamiéndole el clítoris. Acelero,
cada vez más, mientras ambas gimen.
—Sí, sí, dame más… — empieza a
decir mientras la joven solo gime. Sabe que estoy apunto.
Efectivamente. Tras escasos segundos
separo la cara del culo de la joven y empiezo a gemir. Saco mi pene del coño y
empiezo a masturbarme. Antes de que me de cuenta están las dos estiradas boca
abajo con la cara bajo mis huevos y la boca abierta, sonriendo, mirándome. Eso
hace que me corra en ese instante.
Sale mucho semen, a presión.
Las mancho enteras de cintura arriba, pero sobretodo intento que caiga en su
cara, en su boca, en la lengua. Gimo y sigo hasta que no puedo más, momento que
me acerco a la silla.
—Vaya, pues va a ser que
tenías razón… se me han ido las preocupaciones.
—Sí, pero aún tenemos que
asegurarnos de que no vuelvan — dice la pitonisa, lamiendo el semen de los
pechos de su aprendiz.
—Cierto, creo que le harían
falta más sesiones. ¿Verdad maestra?
—Sí, la siguiente en unos
minutos…
Suspiro, pero cuando me doy
cuenta tengo mi mano en mi pene otra vez mientras las miro lamerse mutuamente
para no dejar gota de semen encima de
ellas.
Espero que os haya gustado ;)
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