Dos culturas diferentes, dos religiones distintas, pero eso no importa. A la hora de dar placer todos gemimos.
Da igual si es en japonés, español o árabe. Gritamos. Gritamos de placer.
El sexo no entiende de razas o etnias, sino que se lo pregunten a la cabra de mi vecino.
Aquí, sin más dilación, os dejamos el texto del que, esperamos, haya más noticias próximamente.
Je t’aime &
‘ahabak.
Veinticuatro de Noviembre.
Otra pelea más, es la quinta esta semana. Esta la hemos
ganado y no me han obligado a correr. Siete contra nueve y los hemos contenido
bien, pero había algo curioso; esta vez también había musulmanes en su bando.
Empiezo a creer que eso se está volviendo ya un vicio.
Desde el atentado en Francia hay mucha gente que nos mira
mal. No les culpo, pero por suerte hay mucha otra que siguen sonriéndonos e
incluso nos defienden.
Hace frio, apenas hay gente por la calle. Suerte de que
vivo en un barrio tranquilo, sino estaría aterrorizado ahora mismo.
—Bueno tío, nos vemos mañana.
—Venga, cuídate.
—Eso tú, que has salido
magullado hoy mariquilla. Saludos a tu princesa.
—Se los daré.
Se marcha mi compañero,
nuestro “jefecillo”. En realidad me alivia que vivamos cerca, es alguien con
quien se puede contar y de buena familia, nada de que pueda si quiera intentar
llevarte por mal camino. Hablando de caminos, yo sigo el mío o moriré de frio.
Me duele la cara, creo que
tengo un morado en el ojo derecho. Me ha dicho que de saludos a mi princesa,
pero creo que mi princesa no va a darme tiempo a decir si quiera “’ahabak”.
Tardo cinco minutos en llegar
a casa, cinco minutos en que gracias al frio apenas siento los golpes. Cojo las
llaves, heladas, y abro la puerta del bloque.
—Buenas noches, querido — Me
saluda la vecina, abogada, que sale junto a su marido, policía, del bloque.
—Dios mío, chico, ¿Qué te ha
pasado? ¿Otra pelea?
—¿Otra? — Pregunto, desconcertado.
—El otro día vi a dos amigos
tuyos peleando contra un grupo de jóvenes, pero en cuanto me vieron pararon y
se dispersaron.
—¿Tan famoso es entre los
maleantes?
—Entre tus amigos seguro que
sí, bocazas — Se me acerca más, poniéndose frente a mí. —Me gustaría hacer más,
pero sabes que ahora está todo muy complicado y como nunca denunciáis no puedo
ni abrir expediente.
—Tampoco es para denunciar,
estas cosas ya pasaban antes. Hay grupos que los echan de algún lado y buscan
otro y, al vernos, piensan que somos de su calaña y se nos lanzan al cuello sin
hablar si quiera.
—Sabe que últimamente no es
así…
—Bueno, no sé qué decirte.
Hasta ayer pensaba como tú pero en el grupo de hoy había un musulmán entre
ellos. Empiezo a pensar que se está poniendo de moda de forma ridícula.
—¿Seguro que era musulmán?
—sí, segurísimo.
—Bueno chico, ves a ver a tu
chica que seguro que está preocupada.
—Y prepárate para una buena
bronca — Añade la señora mientras me guiña el ojo y se lleva a su marido del
brazo.
Me despido con la mano y
cierro la puerta a su paso. Subo las escaleras, hasta el tercero, y meto la
llave. Abro y entro. Huele a arroz salteado con pollo y un toque de curry.
También huelo una intensa spa y el sabroso pan que hace la familia de mi
princesa. A ella le encanta mezclar en la cocina múltiples culturas y eso es
algo que mi paladar agradecerá por toda la eternidad.
—Cariño, ya he llegado.
—¡Estoy en la cocina amor!
Ven, que tengo una sorpresa para ti.
La sorpresa se la voy a dar
yo. Las otras cuatro peleas no me descubrió porque en dos no me dieron ningún
golpe y en las otras dos nos obligaron a escapar a mí y a otro compañero
musulmán al ver que lo único que querían era descargar su ira irracional hacía
los musulmanes, algo que se ha atenuado en algunas personas, por suerte en
pocas, a raíz del atentado.
Miro de reojo y no creo lo que
ven mis ojos. Está ahí, en delantal… y nada más. Lo que siempre le digo en
cachondeo, a ver si cuela, ha colado. Lo ha hecho. Su largo cabello negro de
recto flequillo, junto al cordel y cuello del delantal, es lo único que tapa su
espalda. Sus nalgas y anchas caderas están destapadas. Gritan que las toque.
Gira la cabeza hacía la
puerta, me ve. Sonríe pícaramente y se gira completamente hacía mí. Puedo ver
los pezones de sus pechos sobresaliendo del delantal, el cual se posa sobre sus
senos. Apenas le tapa su entrepierna, haciéndome rezar para que un golpe de
viento lo mueva. Sí, lo sé. La he visto desnuda varias veces, pero la situación
lo requiere.
—¡Cariño! — Se ha dado cuenta,
no me ha dejado ni asomarme por completo — ¿¡Qué te ha pasado!? — Viene
corriendo. Me pone su fría mano, casi siempre helada, cerca del ojo derecho. —Cielo
santo…
—Bueno, ya te he dicho que las
cosas últimamente están un poco tensas.
—¿¡Pero qué animal te ha hecho
esto?
—Unos gamberros. Un grupillo
callejero, nada importante.
—¿¡Como que nada importante!?
Tienes un corte en el pómulo izquierdo y el ojo derecho morado.
—Vamos princesa, no es momento
para eso. — La intento abrazar, pero me mira agresivamente. Se lo que
significa: no te lo mereces.
—Quítate la camiseta, quiero
verte.
Le hago caso. Me quito la
camiseta y dejo mi esbelto cuerpo, que está en preparación para las oposiciones
de policía, al aire para que lo contemple.
—¿Sigue gustándote tanto,
princesa?
—Sí, pero parece que tú, tus
amigos y los que no lo son estáis deseando que no sea así.
—Princesa…
—Ni princesa ni nada. Tienes
magulladuras por todas partes. No es justo que te hagan esto.
—Pero entiéndelos, yo también
estaría cabreado.
—Sí, pero contra los
terroristas. Como lo estás por la muerte e tu amigo…. — Me quedo en silencio.
Intento no pensar en ello, pero uno de nuestros mejores amigos, y que se iba a
presentar a policía junto a mí, fue una víctima. —Lo siento… sé que es duro.
—Sé que lo sabes. Has estado
conmigo desde el primer día.
—Sí esa noche no hubiera
enfermado... —Tiembla. La abrazo. —No quiero ni pensarlo.
—Pues no lo hagas. Tuvimos
suerte en nuestra desgracia. Ojalá él estuviera con cuarenta de fiebre ahora mismo.
—Sí...
Le beso la frente. Mira hacia
arriba y nos besamos. Noto sus pechos en mis pectorales. Siento como se
aplastan y como se fijan a la tela del delantal. Mis brazos enrollan su fina
cintura y se pierden en sus nalgas. Nos besamos y dejamos nuestros labios
pegados durante unos segundos. Nos separamos. Sonrío.
—Eh, ¿Ya permite tu dios esto?
—Querida, mi religió dice que
os tratemos como a princesas y ese es mi objetivo en la vida contigo.
—idiota. — Sonríe. Hemos
pasado el mal rato. —No creas que no estoy enfadada, pero la comida es
prioritario.
—Me parece genial, vengo
muerto.
—Será que te han molido a
palos.
—Eh, que yo he dado más que he
recibido.
—No te voy a felicitar por
ello. Ves a lavarte, anda.
Se vuelve hacía los fogones.
Yo me marcho hacía la ducha.
Me desvisto, me miro al espejo y veo alguna que otra magulladura. Me toco la
zona de las costillas, me presiono. Duele. Si mañana no se me pasa debería ir a
mirármelo, solo por si acaso.
Abro la ducha y me pongo bajo
del roció del agua. Caliente, como a mí me gusta. Me enjabono y me aclaro.
Después me pongo el champú en el cabello y hago lo mismo. Pasan unos minutos
pensando. Ahora no se nota tanto, pero los primeros días tras el atentado fue
muy duro salir a la calle y ver todos los rostros tristes y de enfados. No sé
cual tenía yo, quizá un poco de ambos. Por mi amigo fallecido, por la suerte
que yo tuve y por la impotencia que sentía.
¡DIOS!
Agua helada. Señal de que la
comida ya está hecha. Salgo rápido de la ducha y me seco con la toalla, pelo
incluido. Me visto y voy hacía el comedor.
Hoy me tocaba montar la mesa,
pero ella lo ha hecho por mí. Le debo una.
Ella está ahí, solo con el
delantal. Me costará comer así.
—Disculpa por no monta la
mesa.
—No te preocupes, mañana me
comprarás bombones.
—¡Eh! Eso es trampa.
Me saca la lengua y me guiña
el ojo.
—¿Ya podrás comer así?
—Lo intentaré al menos.
—Podríamos empezar por los
postres, ¿No?
—Podríamos — Cojo una
cucharada de arroz y se la doy. Unos granos caen y se filtran por su canalillo.
—Vaya, que torpe.
—¿Yo o tú?
—Los dos — Le guiño el ojo y
la beso.
Dejo la cuchara y aferro mis
manos a su cintura. Ella se agarra a mi cara y mi espalda. Nuestras lenguas e
entrelazan. La mano de que tiene en mi cara baja acariciándome el cuello a la
vez que desvía sus labios hacía éste, no sin antes morderme el labio. Me pasa
la lengua por la artería bien marcada y me muerde. Le encanta, le pone que se
vea tanto. Empieza a besarme y sus manos me intentan quitar la camiseta, pero
tarda en darse cuenta de que no podrá quitarla mientras me besa.
—Fiera, calmate.
—Claro, tú tienes casi todo el
trabajo hecho.
—¿Sí? ¿También tengo la
lubricación hecha?
—Compruébalo.
Me sube la camiseta hasta
taparme la cara y se aleja de mí. Me la quito y la beso sentada en el sofá, con
las piernas abiertas pero el delantal cayendo entre ellas. Se muerde el dedo índice
y se lo lame mientras me mira el paquete, hinchado por su culpa.
Me pongo a cuatro patas y
gruño, le encanta. Me acerco lentamente y llego al delantal. Lo aparto con la
boca y meto mi cabeza dentro, quedando tapada por él. Miro arriba y veo sus
pechos bien puestos, aguantando lo único que lleva encima con unos pezones bien
afilados. Al frente tengo su almeja, mi cueva del tesoro, el mar donde me
encanta perder el bote y está caudaloso. Rasurado casi por completo, dejando unas
líneas finas de pelo que lo rodean paralelamente.
Le doy un beso, luego otro y
otro… cada vez apretando mis labios más con los suyos, hasta que gime. En ese
momento empiezo a pasar la lengua como un perrito cuando bebe leche en un
cuenco, pero más lentamente. Que la punta pase por sus labios de arriba abajo y
profundizando un poco más en ellos con cada pasada. Cuando tengo la punta de mi
lengua empapada empiezo a acelerar mientras empujo con mis labios y dientes los
suyos, para abrirlos, mientras mis manos acarician sus piernas y masajean su
culo.
Ella se inclina un poco, hacía
atrás, alzando las piernas y gimiendo por un bocado que se me ha escapado en su
coño.
—¿Te gusta el entremés?
—Quiero pasar al primer plato
ya.
Dicho y hecho. Empiezo a
lamerle velozmente, con toda la superficie de mi lengua y, entre lametones,
presionando con ella para aplastar el clítoris. Mis manos dejan su culo y le
desatan el delantal. Ella se lo quita, lo tira por ahí. Mi lengua acelera y
ella acaricia mi cabello. Mis manos van hasta sus pechos, pero pasan de largo y
llegan a su boca. Me los chupa, todos, dejando bastante saliva en ellos, y yo
los bajo inmediatamente para lubricar sus senos y, concretamente, sus pezones.
Aprieto, retuerzo y masajeo
tanto sus pezones como sus pechos a la vez que golpeo su clítoris con mi lengua.
Lo agarro con los dientes, lo mordisqueo, lo succiono. Ella gime y parece que vaya
a arrancarme el cabello.
Una de mis manos baja desde
los pechos y empieza a acariciarle el coño a la vez que me pongo más agresivo
con la lengua y los dientes.
—Sí, sí — No deja de
repetirlo. —Más, por favor. Más. — Gime y gime.
Inserto mi dedo índice y
corazón en su coño y muerdo más suavemente el clítoris pero paso la lengua más
brutalmente. Ella gime y gime, cada vez más. Me separa la cabeza, muy bruscamente,
de entre sus piernas.
—Pasemos ya al primer plato.
Me levanta ella sola. A veces
me pregunto de dónde saca la fuerza.
Me besa, muy apasionadamente,
mientras me desabrocha los pantalones. Me los baja y rápidamente se estira en
el sofá, pero lo justo para poder quedarse a la altura de mi pene. Empieza a
lamerlo, a masturbarlo. Gimo y procede a metérselo en la boca. Empieza a
lamerlo velozmente, pero con suavidad. Con la lengua golpeándome el capullo y
la mano moviéndomelo cómodamente. Me sale el líquido pre-seminal. Se saca la
poya.
—Mmm, me gusta. Vamos, dame el
segundo plato — Se estira y se acomoda. Una pierna por la cabecera del sofá y
la otra con la punta del pie apoyándose en la alfombra. —Vamos, que se te va a
enfriar la comida que te he dado.
Me pongo frente a ella y
coloco mi polla en posición. Empujo, la penetro. Empiezo a follarla estando de
rodillas y levantándole el culo cogiéndole la pierna. Acelero, gime, gime
mucho. Finalmente me estiro sobre ella y empiezo a besarla. Ella cruza sus
piernas sobre mi espalda y empieza a mover las caderas sincrónicamente conmigo.
Bajo mi boca a sus pechos y los empiezo a lamer. A chupar. A succionar. A
Morder. Me encantan, los adoro. Mulliditos, blanditos y suavecitos.
—Sí, dame cariño, dame.
Acelero. Me gime en la oreja y
me pongo más. Empiezo a gemir yo también y me separo un poco de ella, para
coger más velocidad. Ella me agarra con sus manos y lleva mis labios a los
suyos. Nos besamos apasionadamente. Acelero más. Me queda poco, ella lo nota.
Me muerde fuerte el labio. Paro.
—Ah….
—Lo siento cariño, pero ese es
mi postre.
—Sí… pero antes cogeré el mío.
La he sorprendido, no suelo
hacerlo primero. Saco mi polla y me separo rápidamente de ella. Voy a su
entrepierna y meto la cabeza velozmente. Abro sus labios con una de mis manos y
empiezo a lamer salvajemente mientras con la otra mano penetro su coño con mis
dedos. Sus rodillas presionan mi cabeza y mi lengua se pierde entre su clítoris,
golpeándolo por todos lados, mientras mis dedos no dejan de acariciar esa parte rugosa dentro de su coño. Gime, gime
cada vez más y a cada segundo que pasa temo por mi carneo. Se corre. Se corre
mientras grita mi nombre. Parece que podría hacerle cambiar hasta de religión
ahora, pero seguro que ahora me tocará pasar a mí por ese extraño trago. Mi
cara se empapa de sus flujos vaginales, de su corrida. Separo, con viscosidad,
mi cabeza.
Me levanto, cojo una
servilleta de la mesa y me limpio. La escucho jadear. Me giro, me sorprende.
Está de rodillas frente a mí. Mi polla le golpea en la cara pero ella se mueve
con la boca abierta y se la mete dentro rápidamente. Empieza a chupármela. Me
la mordisquea, me succiona el capullo. Con la lengua me rodea todo el pene
mientras su mano no deja de moverlo. Voy perdiendo fuerzas y me queda poco.
Agarro su cabeza y, en ese momento,
acelera y se la mete y saca casi entera, varias veces, haciendo que el capullo
de mi pene choque, primero contra su lengua, y luego contra su campanilla. Me
corro. Empiezo a correrme pero ella no para. Sigue masturbándomela mientras
traga, no se le escapa gota. Dejo de soltar a presión tras varios gemidos pero
ella sigue con mi polla en su boca. Succionando, lamiendo, limpiándomela.
—¿Te ha gustado el postre,
princesa?
Me mira, con mi polla aún en
su boca, y asiente con la cabeza. Tras unos segundos más de limpieza se la saca
y se levanta.
—Me ha encantado querido — Me
besa la mejilla.
—Me alegro. ¿Aún tienes hueco
para la cena?
—Estará fría, ¿no? ¿Te hace
unas pizzas?
—Pero lo has preparado, me
sabe mal.
—Te lo llevas mañana a la
academia y presumes de mujer.
Sonrío. Es mi tesoro y luchare
contra los que tienen mi religión por bandera, contra los que la odian y contra
los que no tienen ninguna así como contra todo el que pueda poner en peligro lo
que más quiero por culpa del terrorismo que usa cualquier excusa para
delinquir.
—Sabes, cariño.
—¿Qué?
—No puedo entender lo que está
pasando. No logro meterme en el pellejo de aquellos que llegan, de los que se
van y de los que luchan entre ellos. Pero solo sé que no quiero que nada me
separe de ti.
—Y no lo harán. Los
terroristas van a parte de nosotros y aparte de todo el mundo. Lo hagan en
nombre de quien lo hagan solo lo hacen por ellos, solo por falacias. Los medios
confunden, no digo que aposta, y hacen que la gente influenciable pueda tener
unas reacciones u otras, pero ya sabes que la mayoría de gente es racional. Nuestros
vecinos: la abogada, el policía, el portero e incluso el señor mayor que lucho
hace años contra el terrorismo me vinieron a abrazar, para que no me sintiera
fuera. En el grupo igual y, en la academia, vino mi profesor y me dijo que
tenía muchas esperanzas en mí.
—‘ahabak, querido.
—Je t’aime princesa.
Espero que os haya gustado.
Húmedos días/tardes/noches.
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