miércoles, 25 de noviembre de 2015

Je t'aime & 'ahabak.


Dos culturas diferentes, dos religiones distintas, pero eso no importa. A la hora de dar placer todos gemimos.

Da igual si es en japonés, español o árabe. Gritamos. Gritamos de placer.

El sexo no entiende de razas o etnias, sino que se lo pregunten a la cabra de mi vecino.

Aquí, sin más dilación, os dejamos el texto del que, esperamos, haya más noticias próximamente.


Je t’aime &  ‘ahabak.

Veinticuatro de Noviembre.

Otra pelea más, es la quinta esta semana. Esta la hemos ganado y no me han obligado a correr. Siete contra nueve y los hemos contenido bien, pero había algo curioso; esta vez también había musulmanes en su bando. Empiezo a creer que eso se está volviendo ya un vicio.

Desde el atentado en Francia hay mucha gente que nos mira mal. No les culpo, pero por suerte hay mucha otra que siguen sonriéndonos e incluso nos defienden.

Hace frio, apenas hay gente por la calle. Suerte de que vivo en un barrio tranquilo, sino estaría aterrorizado ahora mismo.

—Bueno tío, nos vemos mañana.

—Venga, cuídate.

—Eso tú, que has salido magullado hoy mariquilla. Saludos a tu princesa.

—Se los daré.

Se marcha mi compañero, nuestro “jefecillo”. En realidad me alivia que vivamos cerca, es alguien con quien se puede contar y de buena familia, nada de que pueda si quiera intentar llevarte por mal camino. Hablando de caminos, yo sigo el mío o moriré de frio.

Me duele la cara, creo que tengo un morado en el ojo derecho. Me ha dicho que de saludos a mi princesa, pero creo que mi princesa no va a darme tiempo a decir si quiera “’ahabak”.

Tardo cinco minutos en llegar a casa, cinco minutos en que gracias al frio apenas siento los golpes. Cojo las llaves, heladas, y abro la puerta del bloque.

—Buenas noches, querido — Me saluda la vecina, abogada, que sale junto a su marido, policía, del bloque.

—Dios mío, chico, ¿Qué te ha pasado? ¿Otra pelea?

—¿Otra? — Pregunto, desconcertado.

—El otro día vi a dos amigos tuyos peleando contra un grupo de jóvenes, pero en cuanto me vieron pararon y se dispersaron.

—¿Tan famoso es entre los maleantes?

—Entre tus amigos seguro que sí, bocazas — Se me acerca más, poniéndose frente a mí. —Me gustaría hacer más, pero sabes que ahora está todo muy complicado y como nunca denunciáis no puedo ni abrir expediente.

—Tampoco es para denunciar, estas cosas ya pasaban antes. Hay grupos que los echan de algún lado y buscan otro y, al vernos, piensan que somos de su calaña y se nos lanzan al cuello sin hablar si quiera.

—Sabe que últimamente no es así…

—Bueno, no sé qué decirte. Hasta ayer pensaba como tú pero en el grupo de hoy había un musulmán entre ellos. Empiezo a pensar que se está poniendo de moda de forma ridícula.

—¿Seguro que era musulmán?

—sí, segurísimo.

—Bueno chico, ves a ver a tu chica que seguro que está preocupada.

—Y prepárate para una buena bronca — Añade la señora mientras me guiña el ojo y se lleva a su marido del brazo.

Me despido con la mano y cierro la puerta a su paso. Subo las escaleras, hasta el tercero, y meto la llave. Abro y entro. Huele a arroz salteado con pollo y un toque de curry. También huelo una intensa spa y el sabroso pan que hace la familia de mi princesa. A ella le encanta mezclar en la cocina múltiples culturas y eso es algo que mi paladar agradecerá por toda la eternidad.

—Cariño, ya he llegado.

—¡Estoy en la cocina amor! Ven, que tengo una sorpresa para ti.

La sorpresa se la voy a dar yo. Las otras cuatro peleas no me descubrió porque en dos no me dieron ningún golpe y en las otras dos nos obligaron a escapar a mí y a otro compañero musulmán al ver que lo único que querían era descargar su ira irracional hacía los musulmanes, algo que se ha atenuado en algunas personas, por suerte en pocas, a raíz del atentado.

Miro de reojo y no creo lo que ven mis ojos. Está ahí, en delantal… y nada más. Lo que siempre le digo en cachondeo, a ver si cuela, ha colado. Lo ha hecho. Su largo cabello negro de recto flequillo, junto al cordel y cuello del delantal, es lo único que tapa su espalda. Sus nalgas y anchas caderas están destapadas. Gritan que las toque.

Gira la cabeza hacía la puerta, me ve. Sonríe pícaramente y se gira completamente hacía mí. Puedo ver los pezones de sus pechos sobresaliendo del delantal, el cual se posa sobre sus senos. Apenas le tapa su entrepierna, haciéndome rezar para que un golpe de viento lo mueva. Sí, lo sé. La he visto desnuda varias veces, pero la situación lo requiere.

—¡Cariño! — Se ha dado cuenta, no me ha dejado ni asomarme por completo — ¿¡Qué te ha pasado!? — Viene corriendo. Me pone su fría mano, casi siempre helada, cerca del ojo derecho. —Cielo santo…

—Bueno, ya te he dicho que las cosas últimamente están un poco tensas.

—¿¡Pero qué animal te ha hecho esto?

—Unos gamberros. Un grupillo callejero, nada importante.

—¿¡Como que nada importante!? Tienes un corte en el pómulo izquierdo y el ojo derecho morado.

—Vamos princesa, no es momento para eso. — La intento abrazar, pero me mira agresivamente. Se lo que significa: no te lo mereces.

—Quítate la camiseta, quiero verte.

Le hago caso. Me quito la camiseta y dejo mi esbelto cuerpo, que está en preparación para las oposiciones de policía, al aire para que lo contemple.

—¿Sigue gustándote tanto, princesa?

—Sí, pero parece que tú, tus amigos y los que no lo son estáis deseando que no sea así.

—Princesa…

—Ni princesa ni nada. Tienes magulladuras por todas partes. No es justo que te hagan esto.

—Pero entiéndelos, yo también estaría cabreado.

—Sí, pero contra los terroristas. Como lo estás por la muerte e tu amigo…. — Me quedo en silencio. Intento no pensar en ello, pero uno de nuestros mejores amigos, y que se iba a presentar a policía junto a mí, fue una víctima. —Lo siento… sé que es duro.

—Sé que lo sabes. Has estado conmigo desde el primer día.

—Sí esa noche no hubiera enfermado... —Tiembla. La abrazo. —No quiero ni pensarlo.

—Pues no lo hagas. Tuvimos suerte en nuestra desgracia. Ojalá él estuviera con cuarenta de fiebre ahora mismo.

—Sí...

Le beso la frente. Mira hacia arriba y nos besamos. Noto sus pechos en mis pectorales. Siento como se aplastan y como se fijan a la tela del delantal. Mis brazos enrollan su fina cintura y se pierden en sus nalgas. Nos besamos y dejamos nuestros labios pegados durante unos segundos. Nos separamos. Sonrío.

—Eh, ¿Ya permite tu dios esto?

—Querida, mi religió dice que os tratemos como a princesas y ese es mi objetivo en la vida contigo.

—idiota. — Sonríe. Hemos pasado el mal rato. —No creas que no estoy enfadada, pero la comida es prioritario.

—Me parece genial, vengo muerto.

—Será que te han molido a palos.

—Eh, que yo he dado más que he recibido.

—No te voy a felicitar por ello. Ves a lavarte, anda.

Se vuelve hacía los fogones.

Yo me marcho hacía la ducha. Me desvisto, me miro al espejo y veo alguna que otra magulladura. Me toco la zona de las costillas, me presiono. Duele. Si mañana no se me pasa debería ir a mirármelo, solo por si acaso.

Abro la ducha y me pongo bajo del roció del agua. Caliente, como a mí me gusta. Me enjabono y me aclaro. Después me pongo el champú en el cabello y hago lo mismo. Pasan unos minutos pensando. Ahora no se nota tanto, pero los primeros días tras el atentado fue muy duro salir a la calle y ver todos los rostros tristes y de enfados. No sé cual tenía yo, quizá un poco de ambos. Por mi amigo fallecido, por la suerte que yo tuve y por la impotencia que sentía.

¡DIOS!

Agua helada. Señal de que la comida ya está hecha. Salgo rápido de la ducha y me seco con la toalla, pelo incluido. Me visto y voy hacía el comedor.

Hoy me tocaba montar la mesa, pero ella lo ha hecho por mí. Le debo una.

Ella está ahí, solo con el delantal. Me costará comer así.

—Disculpa por no monta la mesa.

—No te preocupes, mañana me comprarás bombones.

—¡Eh! Eso es trampa.

Me saca la lengua y me guiña el ojo.

—¿Ya podrás comer así?

—Lo intentaré al menos.

—Podríamos empezar por los postres, ¿No?

—Podríamos — Cojo una cucharada de arroz y se la doy. Unos granos caen y se filtran por su canalillo. —Vaya, que torpe.

—¿Yo o tú?

—Los dos — Le guiño el ojo y la beso.

Dejo la cuchara y aferro mis manos a su cintura. Ella se agarra a mi cara y mi espalda. Nuestras lenguas e entrelazan. La mano de que tiene en mi cara baja acariciándome el cuello a la vez que desvía sus labios hacía éste, no sin antes morderme el labio. Me pasa la lengua por la artería bien marcada y me muerde. Le encanta, le pone que se vea tanto. Empieza a besarme y sus manos me intentan quitar la camiseta, pero tarda en darse cuenta de que no podrá quitarla mientras me besa.

—Fiera, calmate.

—Claro, tú tienes casi todo el trabajo hecho.

—¿Sí? ¿También tengo la lubricación hecha?

—Compruébalo.

Me sube la camiseta hasta taparme la cara y se aleja de mí. Me la quito y la beso sentada en el sofá, con las piernas abiertas pero el delantal cayendo entre ellas. Se muerde el dedo índice y se lo lame mientras me mira el paquete, hinchado por su culpa.

Me pongo a cuatro patas y gruño, le encanta. Me acerco lentamente y llego al delantal. Lo aparto con la boca y meto mi cabeza dentro, quedando tapada por él. Miro arriba y veo sus pechos bien puestos, aguantando lo único que lleva encima con unos pezones bien afilados. Al frente tengo su almeja, mi cueva del tesoro, el mar donde me encanta perder el bote y está caudaloso. Rasurado casi por completo, dejando unas líneas finas de pelo que lo rodean paralelamente.

Le doy un beso, luego otro y otro… cada vez apretando mis labios más con los suyos, hasta que gime. En ese momento empiezo a pasar la lengua como un perrito cuando bebe leche en un cuenco, pero más lentamente. Que la punta pase por sus labios de arriba abajo y profundizando un poco más en ellos con cada pasada. Cuando tengo la punta de mi lengua empapada empiezo a acelerar mientras empujo con mis labios y dientes los suyos, para abrirlos, mientras mis manos acarician sus piernas y masajean su culo.

Ella se inclina un poco, hacía atrás, alzando las piernas y gimiendo por un bocado que se me ha escapado en su coño.

—¿Te gusta el entremés?

—Quiero pasar al primer plato ya.

Dicho y hecho. Empiezo a lamerle velozmente, con toda la superficie de mi lengua y, entre lametones, presionando con ella para aplastar el clítoris. Mis manos dejan su culo y le desatan el delantal. Ella se lo quita, lo tira por ahí. Mi lengua acelera y ella acaricia mi cabello. Mis manos van hasta sus pechos, pero pasan de largo y llegan a su boca. Me los chupa, todos, dejando bastante saliva en ellos, y yo los bajo inmediatamente para lubricar sus senos y, concretamente, sus pezones.

Aprieto, retuerzo y masajeo tanto sus pezones como sus pechos a la vez que golpeo su clítoris con mi lengua. Lo agarro con los dientes, lo mordisqueo, lo succiono. Ella gime y parece que vaya a arrancarme el cabello.

Una de mis manos baja desde los pechos y empieza a acariciarle el coño a la vez que me pongo más agresivo con la lengua y los dientes.

—Sí, sí — No deja de repetirlo. —Más, por favor. Más. — Gime y gime.

Inserto mi dedo índice y corazón en su coño y muerdo más suavemente el clítoris pero paso la lengua más brutalmente. Ella gime y gime, cada vez más. Me separa la cabeza, muy bruscamente, de entre sus piernas.

—Pasemos ya al primer plato.

Me levanta ella sola. A veces me pregunto de dónde saca la fuerza.

Me besa, muy apasionadamente, mientras me desabrocha los pantalones. Me los baja y rápidamente se estira en el sofá, pero lo justo para poder quedarse a la altura de mi pene. Empieza a lamerlo, a masturbarlo. Gimo y procede a metérselo en la boca. Empieza a lamerlo velozmente, pero con suavidad. Con la lengua golpeándome el capullo y la mano moviéndomelo cómodamente. Me sale el líquido pre-seminal. Se saca la poya.

—Mmm, me gusta. Vamos, dame el segundo plato — Se estira y se acomoda. Una pierna por la cabecera del sofá y la otra con la punta del pie apoyándose en la alfombra. —Vamos, que se te va a enfriar la comida que te he dado.

Me pongo frente a ella y coloco mi polla en posición. Empujo, la penetro. Empiezo a follarla estando de rodillas y levantándole el culo cogiéndole la pierna. Acelero, gime, gime mucho. Finalmente me estiro sobre ella y empiezo a besarla. Ella cruza sus piernas sobre mi espalda y empieza a mover las caderas sincrónicamente conmigo. Bajo mi boca a sus pechos y los empiezo a lamer. A chupar. A succionar. A Morder. Me encantan, los adoro. Mulliditos, blanditos y suavecitos.

—Sí, dame cariño, dame.

Acelero. Me gime en la oreja y me pongo más. Empiezo a gemir yo también y me separo un poco de ella, para coger más velocidad. Ella me agarra con sus manos y lleva mis labios a los suyos. Nos besamos apasionadamente. Acelero más. Me queda poco, ella lo nota. Me muerde fuerte el labio. Paro.

—Ah….

—Lo siento cariño, pero ese es mi postre.

—Sí… pero antes cogeré el mío.

La he sorprendido, no suelo hacerlo primero. Saco mi polla y me separo rápidamente de ella. Voy a su entrepierna y meto la cabeza velozmente. Abro sus labios con una de mis manos y empiezo a lamer salvajemente mientras con la otra mano penetro su coño con mis dedos. Sus rodillas presionan mi cabeza y mi lengua se pierde entre su clítoris, golpeándolo por todos lados, mientras mis dedos no dejan de acariciar esa  parte rugosa dentro de su coño. Gime, gime cada vez más y a cada segundo que pasa temo por mi carneo. Se corre. Se corre mientras grita mi nombre. Parece que podría hacerle cambiar hasta de religión ahora, pero seguro que ahora me tocará pasar a mí por ese extraño trago. Mi cara se empapa de sus flujos vaginales, de su corrida. Separo, con viscosidad, mi cabeza.

Me levanto, cojo una servilleta de la mesa y me limpio. La escucho jadear. Me giro, me sorprende. Está de rodillas frente a mí. Mi polla le golpea en la cara pero ella se mueve con la boca abierta y se la mete dentro rápidamente. Empieza a chupármela. Me la mordisquea, me succiona el capullo. Con la lengua me rodea todo el pene mientras su mano no deja de moverlo. Voy perdiendo fuerzas y me queda poco.

Agarro su cabeza y, en ese momento, acelera y se la mete y saca casi entera, varias veces, haciendo que el capullo de mi pene choque, primero contra su lengua, y luego contra su campanilla. Me corro. Empiezo a correrme pero ella no para. Sigue masturbándomela mientras traga, no se le escapa gota. Dejo de soltar a presión tras varios gemidos pero ella sigue con mi polla en su boca. Succionando, lamiendo, limpiándomela.

—¿Te ha gustado el postre, princesa?

Me mira, con mi polla aún en su boca, y asiente con la cabeza. Tras unos segundos más de limpieza se la saca y se levanta.

—Me ha encantado querido — Me besa la mejilla.

—Me alegro. ¿Aún tienes hueco para la cena?

—Estará fría, ¿no? ¿Te hace unas pizzas?

—Pero lo has preparado, me sabe mal.

—Te lo llevas mañana a la academia y presumes de mujer.

Sonrío. Es mi tesoro y luchare contra los que tienen mi religión por bandera, contra los que la odian y contra los que no tienen ninguna así como contra todo el que pueda poner en peligro lo que más quiero por culpa del terrorismo que usa cualquier excusa para delinquir.

—Sabes, cariño.

—¿Qué?

—No puedo entender lo que está pasando. No logro meterme en el pellejo de aquellos que llegan, de los que se van y de los que luchan entre ellos. Pero solo sé que no quiero que nada me separe de ti.

—Y no lo harán. Los terroristas van a parte de nosotros y aparte de todo el mundo. Lo hagan en nombre de quien lo hagan solo lo hacen por ellos, solo por falacias. Los medios confunden, no digo que aposta, y hacen que la gente influenciable pueda tener unas reacciones u otras, pero ya sabes que la mayoría de gente es racional. Nuestros vecinos: la abogada, el policía, el portero e incluso el señor mayor que lucho hace años contra el terrorismo me vinieron a abrazar, para que no me sintiera fuera. En el grupo igual y, en la academia, vino mi profesor y me dijo que tenía muchas esperanzas en mí.

—‘ahabak, querido.

—Je t’aime princesa.

Espero que os haya gustado.
Húmedos días/tardes/noches.

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