Aquí os traigo el, hasta ahora, relato más largo de los que hemos publicado en el blog.
Un ascensor, una avería, una persona que te atrae... una forma de matar el tiempo hasta que lleguen para repararlo.
Matar el tiempo.
El último, otra vez. Llevo
tres días saliendo el último de la oficina.
Voy al ascensor, pico. Viene
de arriba. Es extraño. Estos dos días, además del último de la oficina, lo he
si del edificio entero. Si está arriba es porque o alguien ha subido o alguien
ha picado. Efectivamente, se abre la puerta y dentro hay una mujer.
Pelo corto, a la altura de la
barbilla, con corte en los lados diagonal. Color platino. Gafas pequeñas,
cuadradas. Ojos castaños y unos labios finos, aunque boca grande, pintados de
rojo intenso. Va maquillada; ni una arruga, ni un grano, ni ninguna
imperfección. Una chaqueta azul, con bordes dorados y el símbolo de la empresa
en el pecho. Una gargantilla del mismo color que la chaqueta. Falda corta, de
tubo, blanca. Medías trasparentes y unas botas de color marrón.
—¿Va a entrar caballero?
Vuelvo en mí. Su profesional
aspecto me había cautivado. Su voz es aguda,
pero firme. Impone.
—Sí, perdone.
—¿Piso?
—Al bajo, creo que somos los
últimos.
No me contesta. Simplemente
pulsa el botón para que las puertas se cierren y automáticamente el ascensor
empieza a bajar, imagino que ella le habría dado en su planta al bajo.
Una turbulencia. Lo he notado,
el ascensor se ha tambaleado. Hemos bajado tres pisos, pero aún nos quedan
quince.
—No se inquiete, por favor.
No lo estoy, aunque si me ha
parecido raro. Ella sin embargo si que parece algo nerviosa. Se ha colocado las
gafas por lo menos cinco veces desde que hemos pasado la última planta.
Otra turbulencia, el ascensor
se para.
La oigo respirar. Mira
fijamente, aunque parece forzado. Creo que no quiere establecer contacto
visual. Pulsa el botón del bajo, repetidas veces. No hay manera. Se muerde el
labio.
—Oye, no pasa nada. Vamos a
llamar al técnico.
—Ya-ya-ya sé que no pasa nada,
pero no tengo el teléfono aquí. Lo tengo en la taquilla.
—Yo si lo llevo — Me meto la
mano en el bolsillo y lo agarro. Ella me mira, observando todos mis
movimientos. Espero que no se note que me ha puesto, un poquito, el quedarme
encerrado con tal belleza. Llamo. Digo la dirección, el problema y cuelgo. —Vendrán
lo antes posible, pero me han dicho que tenemos que estar tranquilos. Estos
ascensores al ser tan grandes tienen varias ventilaciones, además de una gran
cantidad de frenos y agarres de protección.
—No deberíamos de preocuparnos
por eso último, se supone que están en caso de que los cables se rompan.
—Exacto, así que estate
tranquila.
—Lo estoy.
Se va a una esquina del
ascensor, a la contraria a la mía. Yo me apoyo en la puerta y me deslizo hacía
el suelo hasta sentarme.
Pasan unos cinco minutos muy
incomodos, con un silencio abrasador. Ella me mira fijamente, imagino que por
estar enfrente suyo.
—¿En qué sección trabajas? Yo
soy de márquetin.
—No es de tu incumbencia.
—Va, no sea así. Vamos a estar
los dos solos un rato, podrías al menos intentar disimular que no te carga estar
conmigo.
Su expresión cambia. Abre los
ojos y la boca, sorprendida. Mira alrededor, suspira y se aprieta las gafas por
el puente entre sus lentes.
—Disculpa, tengo mucho estrés
y no estoy acostumbrado a hablar con gente que no sé quiénes son.
—No se preocupe, aquí ni en mi
oficina se conocen todos.
—¿No?
—No, ya sabes. En esta empresa
no se invita a la conversación o intimación entre compañeros.
—¿Eso es malo?
—No necesariamente, a nivel
personal hablando. Pero creo que si hubiera más empatía entre compañeros
podríamos lograr más cosas.
—¿De qué sección eres?
—Ideas y servicios.
—Uno de los pilares.
—Sí y es estresante. Parece
una competición por tener la mejor idea en vez de una cooperación por sacar lo
mejor del mercado.
—¿Y nunca os quedáis sin ideas?
—Siempre estamos sin ideas,
sino seriamos multimillonarios.
Se ríe. El ambiente ha
mejorado.
—¿Y qué haces para inspirarte
o cuando no tienes nada que hacer?
—¿De verdad quiere saberlo?
—Sí, ¿Por qué no iba a querer?
—No sé, quizá una mujer tan
refinada como parece usted no es apta para tales artes de matar el tiempo.
—Oiga, para que lo sepa: soy
mucho más cañera de lo que aparento. Venga, dígamelo.
Me levanto y me acerco a ella.
Al principio su rostro se muestra reacio pero, como si quisiera convencerme de
lo que me ha dicho es cierto, en seguida lo vuelve afable. Me apoyo con un
brazo en la pared, acerco mi boca a su oreja, y le susurro.
—Me masturbo.
—¡Pervertido! — Se cubre el
pecho con los brazos, como si fuera a hacerle algo. Hecho a reír y vuelvo a
donde estaba. —¡No se ría de mí, caballero!
—No lo hago. Es la verdad.
—¿Y eso le ayuda?
—Sí, y no solo en la falta de
inspiración ni cuando me aburro, sino a relajarme. Como ahora.
Mi mano instintivamente se va
hacía mi paquete pero, en sus ojos, veo como la sigue con la mirada y paro.
—¿Qué iba a hacer?
—Disculpa. Estamos atrapados,
a solas, es hermosa y estoy algo nervioso y aburrido a la vez. Ya es un
acto-reflejo para relajarme.
—¿De verdad eso le relaja?
—Me va a decir que usted nunca
se toca.
—¡Por favor, soy una señorita!
—Venga ya, ¿Ni una vez? —
Aparta la mirada. —No la creo. Yo se lo he dicho, es más: me masturbo cada día.
—¡Señor!
—¿Ya no soy caballero? — Río,
ella también aunque parece darle rabia haberse reído. —¿Verdad que se toca?
—Alguna vez, pero pocas.
Se sonroja.
—¿Y cuándo se masturba? — No
me dice nada, pero ahora tiene las piernas juntas y las va moviendo poco a
poco, rozándolas entre ellas. —Venga, dígamelo. Si total, es la primera vez que
nos vemos y llevo tres años aquí. Mañana nos olvidaremos el uno del otro — Me
mira, le sonrío.
—Cuando estoy estresada o
asustada, me tranquiliza.
—Ahora parece estar las dos
cosas.
—¡No voy a tocarme delante
suyo, pervertido!
—Yo no he dicho eso, ¿Acaso
estaba pensando hacerlo? — Me lanza una mirada asesina, pero adorable. La
verdad es que el tema de conversación me ha puesto mucho y ya no puedo
ocultarlo. Si me levanto seguro que se nota y encima las piernas se me están
agarrotando. —No sé porque esa mirada, si no es nada malo — Me levanto.
Efectivamente, su mirada se va a mi entrepierna que esta erguida y tiesa. —¿Qué
mira? — Voltea la cabeza. Está muy sonrojada. Se muerde el labio u va mirado,
intermitentemente y muy rápido, de reojo. — Perdona, entre la situación, estar
a solas con una desconocida hermosa, la conversación y todo no he podido evitar
ponerme.
—¡Pero caballero!
—Es cierto, lo estás viendo —
Pasamos un minuto de silencio incómodo. —¿Le importa si me… toco?
Me mira con los ojos de par en
par pero no puede evitar dirigir la mirada a mi paquete. Se muerde el labio,
roza más rápido sus piernas y se cruza de brazos, apretándose los pechos
disimuladamente. Está claro que se ha puesto cachonda.
—Tampoco creo que pudiera
impedirlo — Tras decir eso me empiezo a tocar el paquete por fuera del
pantalón, agarrando la polla y haciendo círculos. —¿¡No va a esperar ni a que
gire la mirada? — Pese a eso, sigue mirando.
—La verdad es que no. Prefiero
que me esté mirando.
—¿¡Qué!?
—Es más, podría sentarse y
mirarme de forma lasciva o inocente por encima de las gafas.
Se me queda mirando.
Desabrocho el pantalón y bajo la cremallera. Me los bajo un poco y dejo los
calzoncillos a la vista, con la mano por encima de ellos tocándome el cada vez
más marcado pene.
Tras unos segundos se pone de
rodillas, con las piernas abierta y empieza a mirarme. Parece que ha cedido a
su calentón. Se coloca bien las gafas y empieza a observarme. Una mano en su
pierna, la otra por encima de la chaqueta a la altura de los pechos, apretándoselos
disimuladamente. Boca abierta y asomando a cada rato una lengua traviesa.
Voy gimiendo levemente, ella
reacciona a estos sonidos mordiendo el labio y su mano de la pierna empieza a
perderse por la falda.
—¿No hace algo de calor para
tener la chaqueta puesta?
—Un poco sí, la verdad.
Se la quita. Puedo ver que lo
que pensaba que era una falda es en realidad un vestido con un escote en forma
e rombo y que deja los hombros al descubierto, agarrándose por unos finos
tirantes. Me pongo más al verla. No lleva sostén, los pezones se le marcan como
escarpias. Me ve cómo se los miro mientras se acaba de sacar la chaqueta y se
le escapa un suspiro muy lascivo.
—¿Te gustan? — Se pasa las
manos por los pechos y luego se los agarra por debajo, rozándose los pezones
con los dedos índices.
—No lo sé, la verdad es que no
los veo bien.
—Vaya pervertidos nos traen
los de recursos humanos.
—Tú sí que eres un recurso
humano, uno muy valioso.
—Idiota... — Sonríe y ahora
habla muy lascivamente, muy desvergonzada. Me mira, por encima de las gafas.
Meto mi mano por los calzoncillos y empiezo a pajearme seriamente. Ella
responde: se quita los tirantes y, poniendo los brazos por delante, se baja la
parte de arriba el vestido aunque oculta sus grandes senos.
—¿No me vas a dejar verlo?
—Tú tienes que enseñar algo
antes.
Sonrío. Ha entrado plenamente
en el juego.
—No pensé que pudiéramos
llegar a esto.
—Es como cuando trabajamos. Si
estas metido en algo, independientemente de como has llegado, hazlo lo mejor
posible ya sea para disfrutarlo más o acabarlo antes.
—Me gusta como piensas,
llegarás lejos.
—Yo ahora solo quiero llegar a
una cosa — Se pasa la lengua por los labios y se lleva una mano a la boca para
lamerse el dedo índice mientras con el otro brazo se tapa, a duras penas, los
dos pechos.
Me pone a cien, a mil y a diez
mil. Me bajo lentamente los calzoncillos, para que la polla haga efecto
trampolín: les suele encantar. Empiezo a tocármela, suave y lentamente,
mientras la veo como la mira.
—¿No tienes que enseñarme
algo? — Vuelve la mirada a mí, sonríe. Se destapa los pechos, aunque empieza a
manosearse uno mientras ahora pasa la lengua entre sus dedos; índice y corazón,
rodeándolos y lamiéndolos. —Yo no he dicho que quisiera ver eso ahora.
—Mala suerte, aún no te han
ascendido a portero.
—Tendré que hacer méritos
entonces.
Me acerco a ella, dejando el
pantalón y los calzoncillos completamente en el suelo, me pajeo un poco más
rápido y con la otra mano me empiezo a masajear los huevos. La tengo a menos de
medio metro. Me la mira y empieza a morderse sus propios dedos.
—¿Quieres probarla?
Me mira por encima de las
gafas. Deja de lamerse los dedos para colocársela bien e, inmediatamente, esa
mano húmeda por su saliva pasa a mi pene. A acariciarlo, a pajearlo, mientras
ella se acerca lentamente arrastrando las rodillas y con la mano en el suelo
que, en cuanto llega a tocar con sus labios la punta de mi polla, se oculta
entre su falda.
Empuja mi pene contra su boca,
que va abriendo a medida que éste entra. La boca la tiene grande, pero los
labios finos. Su lengua sin embargo es pequeña y respingona, aunque muy húmeda
y escurridiza. Está metiendo la punta a través del prepucio, lamiendo en
círculos, mientras que con los labios no deja de apretarme el capullo. Mis
manos se han ido instintivamente a su platina cabellera, donde los he perdido
pues tiene bastante más pelo del que parece.
—Dios… sí…
Me mira a través por encima de
las gafas. Veo su cara, con la boca salida para chupármela. En cuanto la miro
fijamente saca la lengua del prepucio, me tira para atrás el pellejo, me escupe
y empieza a chupármela mientras me la pajea. Ahora aparte de tener la boca aún
más salida, escuchándose como sorbe mi pene, tiene los pómulos hundidos por lo
fuerte que me la está comiendo.
—Madre mía, como la chupas
nena.
Acelera y empieza a gemir
también. Se está metiendo los dedos a la vez que me come la polla y sus pechos
no dejan de rebotar. Estira una de mis manos y agarro una de sus tetas, empiezo
a retorcerle el pezón. Cierra un ojo, parece que le duele. Saco la mano y la
acerco a su boca. Se saca la polla y me chupa los dedos con la lengua afuera.
Me agarra la mano y me la lame entera, pasando la lengua por cada rincón. Luego
vuelve inmediatamente a la polla, a seguir con lo que hacía pero volviendo a
dar gran importancia a la lengua.
Llevo mi mojada mano a su
pecho y empieza a empapárselo, a majadeárselo y a retorcerle el pezón. Esta vez
le gusta, el encanta, y parece que se mete los dedos aún más rápido porque se
está descontrolando. Tras un desfase de locura se atraganta y se saca la polla
para toser.
—No eres de garganta profunda,
que pena.
—No me subestimes. Para que lo
sepas tengo más rango que tú.
Voy a contestarle, pero me callo al ver cómo
ha sacado su mano de su coño, húmeda totalmente, y me coloca las dos en el
culo. Abre la boca y empieza a comerme la polla. Para un momento cuando está a
mitad y empieza a empujarme el culo. Va lentamente, pero avanzando. Tras nos
segundos se la ha tragado entera. Me mira, por encima de las gafas, con alguna
lágrima intentando salir y tras unos segundos le da una arcada y la saca de
nuevo. Tose. Le acaricio la cabeza.
—Retiro lo dicho, señorita.
Tiene usted una garganta que quita el hipo.
—Y porque no has probado mis
pechos. — Se reincorpora y se pone sobre
sus rodillas, esta vez con las piernas juntas, sacando pecho y metiendo mi pene
entre sus dos senos. Empieza a masturbarme con ellos. —¿Te gusta?
—Me encanta.
Miento. Es más que eso. Son
blandos, casi gelatinosos. Absorben mi pene y es como estar entre esponjas.
Cierro los ojos y me pierdo en el placer. Noto un pinchazo placentero, abro los
ojos y veo como me la está chupando a la vez que sigue masturbándome con los
pechos. Me pilla de improvisto.
—Mierda, me voy a correr.
Me intento aguantar, pero me
es imposible. Me chupa con más intensidad mientras me aprieta más con los
pechos, como si quisiera que me corriese. Si no quería es tardes. Empiezo a
correrme y en cuanto las primeras gotas son disparadas en su garganta, ella,
aparta los pechos y empieza a pajearme con la mano. Muy rápidamente, sin dejar
de chupar, para exprimirme entero. Me estremezco, gimo, gozo, me corro. Paro,
no me queda más gotas, pero ella sigue chupando y vuelve a masturbarse a sí
misma.
Su insistencia me pone, me
vuelve loco. Aún con las manos en su cabeza se la agarro fuerte y empiezo a
follarme su boca. Mi polla lejos de decrecer se ha hecho más grande y sigue
palpitando. Rozo con sus dientes, choco con su lengua y ella se deja penetrar
casi por completo por mi polla mientras, sí que yo la suelte, se cruza de
piernas y empieza a tocarse con las dos manos.
—Tranquila, no te dejare así.
Voy a hacer que te corras tú también.
Tras unos segundos y
asegurarme de que la sangre está corriendo por mi pene paro. La miro. Tiene las
gafas descolocadas y con varias lágrimas en los ojos, quizá me he pasado. Su
pelo está totalmente despeinado, pareciendo una loca, pero le da un toque
morboso que antes no tenía.
—Eres un bruto.
—Y a ti te gusta — Sonríe.
—No suelo encontrarme con
alguien que mande tanto — Me equivoqué. No le gusta, le encanta. —Ahora a ver
si eres igual de hábil que bruto — Se levanta y empieza a bajarse el vestido
hasta quedarse solo con las botas y las medias, las cuales están destrozadas
por la parte de las rodillas. Lleva unas bragas azul celeste, finas y con la
parte del coño semitransparente. Se le
ven los pelos, bien recortados, pero bien cobijado del frio.
Antes de que se dé cuenta
estoy de rodillas agarrándole el culo. Sus nalgas son blandas. Tiene culo
pequeño, pero respingón. Mis labios están pegados a su coño a través de sus
bragas. Le doy besos, lo mordisqueo y le doy lametazos. Las bragas están
chorreando, ella gime y no deja de manosearse las tetas con una mano mientras
que con la otra se dedica a acariciarme la cabeza.
Quito mis manos de su culo y
acaricio sus medias, destrozadas. Es algo ancha de caderas y podría pegar
buenas patadas con las robustas, pero finas, piernas que tiene.
—Sí, querido, me gusta.
—Entonces es que te conformas
con poco.
Vuelvo con mis manos a su culo
y meto mis dedos entre sus bragas. Los hundo en sus nalgas y los filtros hasta empezar
a rozarle el coño, muy húmedo. Mi boca sigue mordisqueando sus bragas y ella
gime, pero encuentras fuerzas para apartar mi cara de su coño y bajarse las
bragas.
—Sí vas a comer, come bien.
Separa las piernas y se abre
el coño con sus manos. Le vuelvo a agarrar fuertemente el culo y empiezo a
besarle sus labios inferiores. Mi lengua se pasea por toda la obertura. Desde
el agujero del coño hasta el clítoris, a distintas velocidades, de distintas
maneras. Mis manos se aferran a sus nalgas y mis dientes van mordisqueándolo
todo. Gime, gime muchísimo. Empiezo a meterle dos dedos en el coño mientras con
la otra mano voy acariciando su ano, humedecido por sus propios flujos
vaginales. Gime más, cada vez más rápido y yo voy acelerando mis lametazos en
su clítoris, mis dedos en su coño y empiezo a apretarle el ano, metiendo la
punta de mi dedo índice, con más facilidad de la que esperaba.
—Oh… sí, sí… oh… — La miro de
reojo, se está apretando los pezones con una mano mientras se chupa los dedos
de la otra. —Más, más, más rápido, sí, sí… — Le hago caso. Tiene un orgasmo.
Me levanto, me besa muy
apasionadamente mientras me masturba muy suavemente. Después flexiona las
piernas y empieza a lamerla de arriba abajo.
—Ahora me la vas a meter,
quiero más.
—Espero que tarden aún más en
llegar.
—Y yo.
Se levanta y me inclino un
poco. La levanto a pulso y le meto la polla.
—¿Ves cómo eres un bruto?
—Calla y agárrate.
Me rodea con sus piernas por
la cintura y con sus brazos por el cuello. Ella empieza a gemir a medida que la
voy penetrando. La pongo espaldas contra la pared, para follármela mejor y no
deja de gemir. Encima tiene el coño sensible por haberse corrido. Empieza a
morderme el cuello, igual que yo a ella. Parecemos dos salvajes. Tras un rato
aparto la cabeza y la hundo en sus pechos. Mordiéndolos, chupándolos. Ella solo
gime y gime. Yo también lo hago, pero solo cuando paro a coger aire.
No tardo en cansarme y la
bajo.
—Ahora elijo yo.
Se pone de espaldas a mí. Se
apoya con una mano en la pared y saca culo. Con la otra mano se acaricia las
nalgas hasta que las separa y señala el ano.
—¿Por ahí?
—Por ahí.
Presiono con el pene su ano y,
poco a poco, va entrando a medida que ella va gimiendo. Cuando meto gran parte
de mi polla empiezo a sacarla, lentamente, y así unas cuantas veces hasta que
empiezo a fallármela como si no hubiera mañana. Agarrándole el pelo y
golpeándole las nalgas. Entre gemidos me llama bruto y otras cosas, pero le
encanta. Pasan unos minutos y con la mano que tiene libre me coge una de las
mías y me la lleva a su clítoris. Se lo empiezo a frotar y ella comienza a
meterse los dedos.
Estamos gimiendo los dos como
cerdos. No aguantaré mucho, voy a volverme a correr.
—Aguanta, por favor. Me queda
poco. No te corras.
—No aguantare mucho.
—Aguanta y me lo volveré a
tragar, lo quiero todo en mi interior y sin que puda salir.
Eso me pone mucho y para
intentar aguantar me centro en tocarle lo mejor posible su coño. Se corre, se
estremece y acaba con las manos apoyándose en el suelo. Cambio del culo al coño
y la penetro fuertemente. Gime cada vez más hasta que finalmente cae de
rodillas. Tarda unos segundos en reaccionar. Estoy agotado, sudando, inmóvil.
Ella se gira y empieza a lamérmela. No me lo esperaba, me corro. Le salpico en
la cara y en las gafas pero rápidamente se la mete en la boca y empieza a
succionarme. Se traga hasta la última gota. Después me la lame de arriba abajo
para limpiármela. Finalmente se pasa la mano por la cara y las gafas para sacar
todo el semen que puede y chuparlo. Las gafas las limpian con sus bragas y
luego las deja en el suelo. Nos quedamos juntos, besándonos, metiéndonos mano y
con alguna que otra penetración y felación extra hasta que llega el técnico.
Nos vestimos rápidamente y en
menos de veinte minutos el ascensor empieza a bajar.
Abajo aparte del técnico hay
cuatro personas más.
—Directora, estábamos muy
preocupados.
—No había nada de qué
preocuparse, estaba bien acompañada.
Me quedo perplejo. Ella sale
andando, con firmeza. Va a una taquilla y coge su bolso. Después sale por la
puerta principal. Se gira levemente, se coloca bien las gafas, me guiña un ojo
y se va con las cuatro personas que estaba.
—Que buena está la directora,
¿Eh?
—Sabrosísima.
Me marcho, dejo al técnico con
cara de besugo mientras se gira e imagino que podrá comprobar las humedades que
hemos dejado en el ascensor.
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